Anna Teixidor (Figueres, 1978) ha dedicado muchos esfuerzos a estudiar el proceso de radicalización yihadista. Dentro de sus abundantes investigaciones sobre el tema, esta periodista especializada invirtió dos años chateando a diario por Facebook con un español de 22 años que se unió a Al-Qaeda en Siria. En conversación telefónica desde Estados Unidos, explica a EL UNIVERSAL por qué jóvenes sin problemas de integración como los terroristas de Barcelona, acaban abrazando el terrorismo.

“La gente inmersa en estas dinámicas no se cansa”, cuenta Teixidor. “No es que hablen de este tema un rato. Yo chateaba seis horas al día con ellos. Y luego seguían mandándote mensajes todo el día. Es muy intenso. Una dinámica que te arrastra. Consigue llenar todos los momentos de tu vida. Todo el tiempo tienes el tema en la cabeza”.

Teixidor explica que los jóvenes radicalizados se sumergen en una realidad paralela. “Lo difícil es entender cómo algunos dan el paso a matar por una idea. Pero es que existe un componente importante de irrealidad en esta dinámica. Cuando hablas con ellos, te das cuenta de que muchos de sus referentes son del mundo de la fantasía: personajes de ficción y caballeros defensores de la justicia”, dice.

Pero, ¿existe un perfil de persona proclive a la radicalización? ¿Se puede considerar una consecuencia de la marginación y las carencias materiales? Esta certeza se resquebraja al ver que los terroristas de Barcelona habían estudiado, trabajaban y vivían en un municipio pequeño (Ripoll), no en barrios degradados con gran concentración de musulmanes, como se pueden encontrar en Ceuta, Melilla y el cinturón industrial de Barcelona, los puntos de mayor intensidad yihadista de España.

“Hay un consenso entre expertos en que no existe un perfil único de yihadista ni una motivación común a todos ellos”, dice Teixidor. “Muy a menudo se insiste en el factor socioeconómico, pero no es el único. En este caso se ha visto que el determinante era ideológico”.

La investigadora no niega que la mala integración o la frustración por la falta de oportunidades “ayudan a acelerar el proceso, pero no son imprescindibles”. Lo ilustra con una anécdota: “La primera vez que entrevisté a la viuda de un combatiente radicalizado, me vino a buscar con un buen coche y me dijo que él era taxista y ganaba un salario decente. Yo hasta ese momento pensaba que era todo un problema socioeconómico, pero el contacto con la realidad me ha demostrado que hay motivaciones como la ideología o el deseo de aventuras que son clave. Hay otro elemento fundamental que ya estaba presente en los manuales de Al-Qaeda: los captadores de reclutas les hacen pensar que son los elegidos, que son únicos. Los convencen de que sus padres, sus amigos o profesores no pueden entenderlos porque no están en ese grupo de elegidos, mientras que ellos sí”, dice Teixidor.

En el caso de los yihadistas de Barcelona, considera que “el factor determinante ha sido que existiera una persona que se encargara de reclutarlos, con poder de convicción y de organización”, explica en referencia al imán Abdelbaki es Satty. “Como mínimo invirtieron seis meses planeando los atentados y no sabemos cuánto duró antes el proceso de adoctrinamiento: debió de ser un trabajo minucioso y paciente del imán”, explica.

Es Satty extremó precauciones. Se reunía con los chicos lejos de la vista de los demás y les dio instrucciones para que no formaran grupos que despertaran alarmas en la mezquita. Teixidor opina que, aunque se tiende a hablar de la radicalización por internet, la presencia física de una figura influyente es la mejor garantía para un adoctrinamiento efectivo. “Muchos expertos comienzan a plantear que se ha sobrevalorado la importancia de las redes sociales en estos procesos”, explica.

Otro elemento que la investigadora considera determinante es la atracción que ejerce el yihadismo como un modelo de vida distinto. Ese sustrato de simpatía es algo que Teixidor cree que merece atención para evitar derivas peligrosas. “Cuando empecé con este tema en 2014, noté en distintos puntos de España que existía una fascinación por el EI, y no hablo de que quisieran matarnos a todos, pero sí de una atracción por la idea romántica de un califato y una patria del islam. Ahora el EI está perdiendo territorio, pero se mantiene esa adhesión sentimental. Hay mucha gente que no quiere ir a Siria para combatir, pero que está dispuesta a hacer tareas logísticas, transportar un paquete... porque persiste la ilusión por un determinado modelo de sociedad”.

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