Madrid.— Xavier Casals, doctor en Historia por la Universidad de Barcelona y especialista en la extrema derecha, observa el auge del movimiento en Europa como parte de un cambio general en la política.

“Los partidos de derecha autoritaria aparecen en los años 80, dentro de un desplazamiento en el eje bipatidista izquierda-derecha tras la Guerra Fría. En ese momento también surgen la izquierda libertaria, tipo ecologista”, explica en entrevista a EL UNIVERSAL.

La oferta política se amplió a derecha e izquierda. Lo significativo para Casals es que esas opciones extremistas han ido desplazándose hasta llegar a la centralidad política. “El Frente Nacional francés obtuvo en 1984 11% de votos en las elecciones europeas. Pero en 2017, Marine Le Pen convenció en la segunda vuelta de las presidenciales a 35% de votantes”, recuerda.

Muchos factores explican este ascenso. El primero, la costumbre. Los electores más jóvenes crecieron con la extrema derecha como una opción más en el menú político de sus países.

El segundo, el desgaste de los partidos que durante medio siglo se turnaron en los gobiernos europeos: socialistas y democristianos. “Estas formaciones acumularon casos de clientelismo, corrupción y los desgastes propios del poder”, dice Casals.

El tercero, la eficacia con que los populistas se han erigido en los grandes actores antiglobalización. “Son partidos con dos grandes banderas. Por un lado, la defensa de la identidad nacional, amenazada por el multiculturalismo, la homogeneización y la pérdida de atribuciones del Estado a favor de actores multinacionales. Por otro, la protesta contra las élites, que secuestran los derechos de la mayoría”, analiza el profesor.

Parte del éxito de la derecha populista radica en su facilidad para hilar estas dos reivindicaciones: “Así, vinculan las élites con los desastres de la globalización, incluyendo ahí la inmigración. Para ellos, los políticos tradicionales son traidores a la nación”.

Casals señala dos razones por las que la izquierda no logra frenar esta tendencia: su incomodidad al debatir sobre inseguridad o inmigración, junto a la pérdida de su electorado obrero.

“Esos votantes estaban en un marco delimitado, con unos contratos protegidos, unos sindicatos que los representaban... Eso desaparece, y la izquierda deja de ser considerada la representante única de los intereses de esas personas”, explica.

El profesor considera que “el progreso de la nueva derecha no sólo perjudica a los partidos de izquierda clásicos, sino también a los de derecha. Lo vemos en Francia o en Italia, donde han sido acorralados por igual”.

En ese proceso, la inmigración ha sido un factor clave. “En muchos países es cierto que los barrios se han convertido en guetos y ha aumentado la competencia laboral, y los ultras han hecho demagogia con temas como las ayudas sociales a extranjeros en un momento en que el Estado de bienestar sufre”.

En especial, Casals destaca el elemento religioso. “La islamofobia permitió a estos partidos reinventarse. Gracias a su ataque al islam, el Frente Nacional no sólo se presenta como garante de los valores cristianos, sino que ya se reivindica como defensor de los homosexuales o la mujer ante la supuesta amenaza del islam”.

Esa defensa de valores socialmente aceptados atrae al grupo de nuevos votantes que acercan a los ultras al centro político, y dota de gran flexibilidad a su discurso. “Según las elecciones, pueden criticar la corrupción, la Unión Europea o los refugiados. Y son muy hábiles para colgar un tema. Por ejemplo, aprovechar que el debate es el Brexit para sumarle la inmigración”.

Por eso, Casals considera un error pensar que el fenómeno es coyuntural, ligado a problemas como la recesión. “Las últimas elecciones al Europarlamento, en 2014, muestran que en los países más afectados por la crisis, como Portugal, España o Irlanda, no hay extrema derecha. Sólo creció en Grecia [12.7%], pero sigue lejos de países con una extrema derecha establecida, como Dinamarca [26.6%]”.

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