Contra la imagen más naïf del Mayo parisino, Francia vivió en 1968 una grave crisis institucional, con tres semanas de paro general, 10 millones de huelguistas y conflictos en calles y fábricas.

El país no colapsó y —pese a la tensión y cinco muertos— no se vivió una explosión de violencia similar a las que se registraron ese año en México o Praga. El general Charles de Gaulle, entonces presidente de la República francesa, se mantuvo en el poder y ganó las elecciones posteriores.

Esa capacidad de resistencia de las instituciones queda reflejada en una investigación cuyas conclusiones han sido reunidas en la exposición “68, Los archivos del poder”, la cual puede ser vista en los Archivos Nacionales de Francia y permanecerá hasta el 17 de septiembre en París.

La muestra reúne numerosos documentos inéditos, como los telegramas y notas internas que llegaban a los ministerios dando cuenta de la situación en las fábricas rebeldes. También los informes elaborados por los servicios de inteligencia acerca de los líderes de las protestas (por ejemplo, Daniel Cohn-Bendit), fotos policiales de los cuarteles en los que los estudiantes preparaban sus pancartas o la propia agenda de actos públicos del general De Gaulle, en la que se aprecia su esfuerzo por mantener la normalidad.

El conjunto de documentos revela cómo el Estado puso en marcha todos los mecanismos necesarios para, tras una fase de sorpresa, controlar la situación y lograr victorias cruciales, especialmente asegurando el abastecimiento de productos y servicios básicos, como alimentos, gasolina y el correo.

Philippe Artières, comisario de la exposición, acompaña a EL UNIVERSAL en un recorrido por los archivos.

“Cuando empecé la investigación no me imaginaba que iba encontrar esta fragilidad del Estado, sobre todo por parte de De Gaulle, pero tampoco que existiría esa solidez final de la Quinta República. El 68 fue un gran examen. La respuesta del Estado resulta impresionante en lo logístico y temible en lo político”, dice.

Artières presenta al De Gaulle de 1968 como una figura paternal, en línea con una época en la que las mujeres debían pedir permiso a sus maridos para abrir una cuenta bancaria. A sus 78 años, el viejo general había perdido el contacto con la nueva realidad de su país.

“De Gaulle es la gran personalidad de Francia en el siglo XX y todavía representa una figura de consenso. Pero después de haber participado en la Primera y Segunda Guerra mundiales y en la Guerra de Argelia, no calculó la importancia de las revueltas juveniles. Para él, los jóvenes eran invisibles. No los comprendía a ellos ni sus reivindicaciones: menos autoritarismo, relaciones más libres entre hombres y mujeres, adelantar la mayoría de edad”.

El historiador también anima a no olvidarse del contexto económico: hacía 20 años que Francia había salido arruinada de una guerra dramática. “Los padres de esos chicos trabajaron como locos para reconstruir un país todavía muy rural, que se alimentaba de las fábricas y las minas”. Los esfuerzos de esos obreros y campesinos no se habían traducido por entonces en grandes mejoras de su nivel de vida. “La frustración era profunda”, cuenta Artières. Ya hubo grandes huelgas en 1947 y 1963, y la dura intervención policial en 1968 contra los primeros estudiantes que se manifestaron en Nanterre para pedir acceso a las residencias de las chicas generó una explosión de descontento que rebasó los límites del Barrio Latino y creció en las fábricas de todo el país hasta lograr que Francia se detuviera.

El historiador destaca la eficiencia de los colaboradores de De Gaulle para controlar ese estallido social. Sus ministros y secretarios eran también en su mayoría hombres mayores, que venían de luchar contra la Alemania nazi, pero supieron entender el momento, minimizaron los daños, organizaron manifestaciones de apoyo a la República y en 10 días impulsaron una campaña electoral que ganó el partido del general.

Uno de los documentos centrales de la investigación es el original del discurso radiofónico que De Gaulle leyó el 30 de mayo. En la versión mecanografiada, el general rechaza dimitir de la presidencia, pero el primer ministro, Georges Pompidou, le hizo cambiar de idea, como reflejan las correcciones a bolígrafo que incluyen el anuncio de elecciones. La decisión fue un éxito, y De Gaulle logró renovar su poder con mayoría absoluta en un golpe de autoridad.

La parte “temible” del Estado se puede apreciar en la caza que comenzó después, cuando quedaron prohibidas las organizaciones de extrema izquierda. “No hay que olvidar que sí existió una represión”, dice Artières, aunque fuese moderada en comparación con otros ejemplos de la época: “Los tanques estuvieron siempre a las afueras de París, pero no los movilizaron. Un prefecto de Nantes quiso disparar contra la gente, pero la orden que le dio el gobierno fue clara: ‘Cálmese usted’”.

Artières comprende que ahora se planteen paralelismos entre los casos de Francia y México: “El primer paralelismo son los Juegos Olímpicos. En México iban a celebrarse los de verano, pero en Francia acababan de ser los de invierno y también eran importantes en la estrategia de comunicación del gobierno. Está claro que la presión por los Juegos fue decisiva en la masacre de México. En el caso francés se añade que en mayo París estaba llena de periodistas venidos a cubrir las negociaciones entre Estados Unidos y Vietnam para los Acuerdos de París. El testimonio de esos informadores ayudó a que se difundieran las revueltas”.

A la salida de la exposición, estacionado en el patio de los Archivos, espera el Citroen DS negro en el que solía viajar De Gaulle. En su interior, una radio emite boletines informativos de 1968 en los que se anuncia que “el movimiento se extiende por toda Europa y América” y se relatan las reacciones airadas de los estudiantes franceses ante la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968.

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