El 6 de diciembre de 2015, los distintos partidos de oposición venezolanos agrupados en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) parecían en el camino hacia el poder por la vía electoral. En las elecciones legislativas de ese día, la MUD se hizo de más de dos terceras partes de los escaños de la Asamblea Nacional. No sólo se sentían ya los efectos de la caída de los precios internacionales del petróleo, sino que el presidente Nicolás Maduro carece del carisma de su antecesor, Hugo Chávez, que le permitió obtener victorias electorales incluso en momentos de catástrofe económica.

La situación actual no ha mejorado: el PIB per cápita real representa 58% del valor que tenía en 2012, los precios se duplican cada mes y la escasez de alimentos y medicinas representan una crisis humanitaria. Sin embargo, la MUD no presentó un candidato propio a la presidencia y está llamando a la abstención.

¿Por qué desaprovecha la oposición venezolana una oportunidad así? En parte porque fue orillada a ello. Dado que la MUD se disponía a hacer uso de su mayoría legislativa para diseñar un órgano electoral y un Poder Judicial imparciales, el gobierno convocó a la elección de una Asamblea Constituyente que, además de redactar una nueva Constitución, reemplazaría a la Asamblea Nacional.

Las reglas definidas por la autoridad electoral fueron tan claramente inequitativas que la MUD decidió no participar en esta elección. La manipulación de las reglas será el sello de las siguientes elecciones. En consecuencia, en las elecciones para gobernadores de octubre de 2017, la MUD únicamente ganó en cinco de 23 estados, por lo que la dirigencia decidió desconocer los resultados y no participar en las elecciones municipales de diciembre de ese año. Esto provocó divisiones. Primero, porque cuatro de los cinco candidatos que triunfaron asumieron sus puestos. Después, porque algunos partidos pequeños presentaron candidaturas en las municipales.

Posteriormente, la Asamblea Constituyente legisló que los partidos que no se presenten en una elección perderían su registro, lo que afectó a la MUD en una aplicación retrospectiva de la ley. Paralelamente, se utilizó el aparato legal para inhabilitar en lo individual a sus perfiles más conocidos, como Leopoldo López y Henrique Capriles.

En estas condiciones, la decisión de la MUD de boicotear la elección presidencial parece razonable, pero es errada. En primer lugar, volvió a generar divisiones. Los partidos de la MUD que presentaron candidatura en la elección municipal conservaron su registro. Este fue el caso de Avanzada Progresista, cuyo dirigente Henri Falcón (que hasta 2013 había sido chavista) decidió desacatar la orden.

De acuerdo con las encuestas, Falcón tiene una ventaja de más de 10 puntos sobre Maduro. Pero mientras Maduro literalmente ofrece comida a los votantes a cambio de apoyo, la MUD ha decidido confrontar a su disidente, quien en estas condiciones verá difícil transformar su ventaja en las preferencias en una mayoría electoral.

Por negarse a legitimar las elecciones, la MUD está facilitando el camino a la dictadura abierta emprendido por Maduro. Esta historia ya es conocida. La oposición boicoteó las elecciones legislativas de 2005, dejando a Chávez mano libre para la concentración del poder en la presidencia y el manejo económico irresponsable cuyas consecuencias sufren aún hoy millones de venezolanos.

Un escenario optimista, pero poco probable, es que los votantes de la oposición se presenten en las urnas, en forma tal que sólo un fraude descarado daría el triunfo a Maduro. El respaldo de una estructura partidista en defensa del voto sería determinante en el resultado final. Si la MUD recupera la altura de miras, existe aún la posibilidad de que los venezolanos se liberen de una dictadura inepta y reconstruyan su economía.

Profesor-investigador de FLACSO-México

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