Hace prácticamente un año el mundo despertó expectante sobre el curso que tomaría el panorama internacional con Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos. Mucho se especulaba sobre la necesidad de reorientar el discurso, hacerlo más incluyente y el reto que significaría, para el resto de los mandatarios, tratar de construir el diálogo con una personalidad explosiva.

Hoy podemos ver que el ciclo de comunicación sigue siendo el mismo que en la campaña: descalificación a los demócratas, particularmente a una Hillary Clinton que ya no figura en el quehacer político del país, pero que sigue siendo invocada como un fantasma, tuits explosivos, declaraciones controversiales e intentos fallidos de cambiar la percepción apelando a las fake news (noticias falsas).

Esta estrategia pudo ser suficiente para conectar con el votante olvidado y ganar las elecciones; no obstante, al momento de tener que resolver las complejidades de dirigir una de las naciones más poderosas del mundo, se requiere de algo más robusto.

Los primeros días estuvieron marcados por órdenes ejecutivas que daban la impresión de que una buena parte de las temidas promesas de campaña serían cumplidas. De nuevo sólo era percepción, pues el proceso de negociar con el resto de los actores políticos no ha resultado exitoso, ni se ha alineado a las reglas encontradas en cualquiera de los libros del ahora presidente.

¿La comunicación de la Casa Blanca es suficiente para enfrentar crisis humanitarias, de reputación y el proceso de investigación a ex colaboradores del presidente? Definitivamente no y las consecuencias se pueden ver en la pérdida de influencia en dos esferas importantes: la iniciativa privada (IP) y la comunidad internacional.

Con un liderazgo fuerte en Estados Unidos, difícilmente sería tan efectiva la campaña del presidente chino Xi Jinping de posicionarse como el próximo “líder más poderoso del mundo”, los foros internacionales no estarían dominados por los mandatarios europeos y el líder ruso Vladimir Putin no se sentiría con la libertad de lanzar amenazas directas si siguen sobrevolando Siria.

El mundo se está reconfigurando mientras Estados Unidos se queda atrás. La comunicación de Trump alrededor de los principales problemas mundiales es particularmente débil, las amenazas van perdiendo credibilidad conforme la realidad revela que las consecuencias serían tan costosas para la economía norteamericana, como para los otros interlocutores, sólo hay que ver la respuesta de la IP hacia el posible fin del TLCAN.

¿Con qué sí ha conectado? Con el racismo, el sentimiento de superioridad blanca y el miedo al otro, lo que ha derivado en problemas sociales importantes que sólo se acrecentarán en el resto de su mandato. A su vez ha conectado con la necesidad de la oposición de levantar más la voz, desde el bloque republicano que se ha declarado abiertamente antiTrump en el Congreso, hasta toda la barra de late night shows que día a día se dedican a desmenuzar los errores, omisiones y falsas declaraciones del presidente.

Es por esto que el pleito de la Casa Blanca con los medios continuará, al tiempo que los “aliados” seguirán tratando de respaldar la estrategia de apelar a las fake news hasta las últimas consecuencias. El problema es que a menos de un año en el poder ya se raya en lo absurdo; por ejemplo, esta semana Fox News se volvió foco de atención al no tener claridad de a quién culpar por los problemas reales que no encuentran solución y optar por hablar de las omisiones de una inexistente presidenta Clinton.

Con 32% de aprobación, Trump alcanza un nuevo récord a la baja que sólo se compara con Richard Nixon y George W. Bush. Los resultados de las elecciones intermedias darán visibilidad sobre los nuevos retos para negociar al interior; al exterior —sin una conflagración directa— muy probablemente sigamos viendo que percepción no siempre es realidad y que el grito de fake news se diluye de tanto escucharlo en la conversación.

Internacionalista y socia de Meraki México

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