Unidos, sin importar el color de su traje de gala, cientos de mariachis, norteños, tríos y jarochos tocaron una serenata en medio de la explanada de la Plaza de Garibaldi . Hace dos semanas un tiroteo provocado por un grupo criminal alejó a los turistas y a los visitantes del lugar , pero ayer los músicos y empleados de los restaurantes se manifestaron, pues “en Garibaldi sólo se mata la tristeza”.

Desde temprano se organizaron, con su música le pedirían a la gente que regresara; pero no sólo a ellos, también a los turistas. “Somos afectados de lo que sucedió”, dijo uno de ellos para llamar la atención de quienes lo escuchaban. El 14 de septiembre un grupo de sicarios se vistió de mariachis y mató a siete personas.

Ayer, a las 21:00 horas , los músicos se acomodaron en la plazuela, separados unos de los otros sólo algunos centímetros para que sus colegas pudieran extender los brazos y tocar su instrumento. Leonel Lemus, con su traje azul, gritó en representación de sus compañeros “nosotros no somos ningunos asesinos”.

En la primera fila se acomodó y con su mano derecha les hizo la señal a todos para que hicieran sonar los primeros acordes del Son de la Negra. Los demás le siguieron el paso, cantaron, levantaron sus caras para que sus voces se extendieran.

Los visitantes que minutos antes deambulaban se acercaron y sacaron sus celulares para grabar. Garibaldi era fiesta, alegría, vida.

Sólo tres canciones tocaron los mariachis incluida Guadalajara, y luego un silencio que duró pocos minutos y llegaron los norteños, hombres con grandes sombreros y chalecos brillosos. La Puerta Negra fue la primera canción, sencillamente porque es una de las más pedidas.

Flor de Capomo con su coro “tu mi chiquitita, te ando vacilando, te ando enamorando con grande fervor”, provocó que los curiosos que los grababan movieran los hombros y bailaran con sus hijos en brazos y sus parejas. Esa y otra canción fue suficiente.

Después llegaron los jarochos, cinco hombres mayores trajeados de blanco y con sus arpas. Un hombre de gris detrás de ellos no paró de bailar, de gritar “¡Garibaldi vive!”.

Y aunque los mariachis y los norteños dieron un paso atrás para que las demás agrupaciones hicieran lo suyo, las parejas y mujeres no dejaban de escuchar con atención la música. A todos los habían hipnotizado.

En un conteo rápido uno de los representantes de los músicos en Garibaldi aseguró que más de mil personas dependen de lo que se consume en el lugar, no sólo las bebidas que se ofrecen en los restaurantes, también las canciones al mejor postor.

Durante la fiesta musical también se acercaron los empleados de los pequeños negocios que todas las noches abren sus cortinas. “Les pedimos que vengan”, repetía una mujer de estatura baja quien dijo que todos la conocen en el sitio. “Muchas familias dependen del trabajo que hay en Plaza Garibaldi”, fue otra de las frases que se escuchó ayer.

Los jarochos y sus pañuelos rojos alrededor del cuello se retiraron y llegaron los tríos, más románticos que cualquier otro. Los jóvenes y adultos que cargaban sus instrumentos, vestidos con trajes negros con camisas blancas, decidieron cerrar con Gema y en una noche más de Garibaldi se escuchó: “Tú, como piedra preciosa, como divina joya, valiosa de verdad; si mis ojos no me mienten, si mis ojos no me engañan, tu belleza es sin igual”.

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