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Este sábado la Plaza Tlaxcoaque se llenó de pétalos rosas y blancos que fueron arrojados desde un helicóptero de la Secretaría de Seguridad Pública local. Minutos antes, una carroza fúnebre color gris dejaba la plaza para dirigirse al panteón de Santiago Tulyehualco con el cuerpo de un policía de 43 años que murió en el hospital el jueves, poco antes de la medianoche. Con su muerte, se acumulan 19 policías caídos en lo que va de 2017.

Cuando un policía de la Ciudad de México muere en el cumplimiento de su deber, se le hace una ceremonia fúnebre liderada por sus compañeros, subsecretarios y el Secretario de Seguridad Pública en turno. El miércoles el policía segundo Felipe Jiménez Mendoza intentó impedir un robo en una tienda Elektra de la colonia Providencia; en el intercambio de balazos, el agente fue herido en la cabeza.

Su cuerpo quedó tendido sobre la acera de la calle Zacatecas a las ocho de la noche con 20 minutos.

Casi tres días después, cerca de 800 policías de distintas corporaciones se acomodaron desde la plaza Cándido Maza hasta la plaza Tlaxcoaque para darle el adiós a Felipe, quien acumuló 14 años dentro de la policía más grande del país. La carroza fúnebre salió desde ese punto, y rodeándola, la banda de guerra seguián su camino a pie.

A paso lento, la carroza, policías, el secretario Hiram Almeida, y los subsecretarios, se incorporaron al Eje Central Lázaro Cárdenas, siguiendo por las calles de Fray Servando, 5 de Mayo y 20 de Noviembre hasta llegar a Tlaxcoaque.

En la plaza ya estaba la familia de Felipe; más de 30 personas que se sentaron en sillas negras que daban hacia una foto del policía.

La banda de guerra de la policía guardó silencio una vez que el cuerpo de Felipe fue colocado delante de su foto. El secretario y los subsecretarios hicieron la primera guardia.

El jefe del policía Felipe dirigió unas palabras hacia su familia.

Carrera policial. Felipe Jiménez pertenecía al sector Pradera, tenía dos hijos, un joven de 20 años y una chica de 18. El miércoles salió de su casa a trabajar como otros días, pero por la noche, a las ocho, recibió una alerta de un asalto a mano armada. Eran cuatro tipos, dos de ellos con gorras; todos vestían ropa oscura. Rompieron vitrinas y se llevaron equipo telefónico y electrónico.

El personal fue quien advirtió del robo, por eso Felipe se dirigió a ese punto, casi esquina con calle Morelos. Pero cuando llegó, los hombres le dispararon y huyeron en un vehículo sin que nada se sepa de ellos hasta hoy. Ese mismo día se levantó la denuncia por robo, y el jueves, los encargados de la tienda aún averiguaban la cantidad exacta de lo que se habían robado los delincuentes. Afuera de la tienda había cintas de prohibido pasar, pero aún seguía la escena del crimen.

En la plaza Tlaxcoaque, uno de los uniformados dobló la bandera de México que cubría el ataúd; luego, por instrucciones de su mando, la colocó debajo del quepí que solía usar el policía Felipe Jimenez.

Con una marcha de pocos metros se la entregó al secretario Hiram Almeida y éste se dirigió hacia la viuda y a los hijos de Felipe.

Poco después fue cuando el helicóptero de la dependencia soltó los primeros pétalos. El sacerdote dio por terminada la misa y la familia de Felipe subió a los camiones que los llevarían al panteón. El secretario, poco antes de irse, dijo: “Murió un héroe de la calle, un padre de familia justo y honesto, y el sacrificio del servidor público servirá para refrendar el compromiso social de la SSPCDMX de defender a las personas contra la delincuencia”.

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