“Over my dead body!!” (¡Sobre mi cadáver!), gritaba contundente McCain en el Foro de Seguridad Internacional de Halifax en noviembre del 2016 en una de las sesiones más intensas que recuerdo. Se trataba de un conversatorio especial en el que el único panelista era él, acompañado de un conductor que iba dirigiendo preguntas de la audiencia (la audiencia en este foro, para que se entienda, se compone de presidentes, primeros ministros, ministros, funcionarios, militares, académicos y periodistas de decenas de países, principalmente miembros o aliados de la OTAN). Lo habían acorralado con preguntas acerca de Trump, quien apenas la semana previa había ganado las elecciones presidenciales, haciendo corresponsable a su partido (y en general a Estados Unidos, país que de alguna forma el senador representaba en ese foro) de las posturas políticas del magnate. En esos instantes climáticos, alguien de la audiencia preguntaba a McCain que, si ahora que Trump iba a ser presidente, Estados Unidos finalmente sí reconocería la tortura como método legítimo para interrogar sospechosos. “Sobre mi cadáver” fue la mejor respuesta que el senador pudo articular prometiendo a la audiencia que instituciones sólidas como el poder legislativo, se encargarían de contener a Trump, si es que éste decidiera hacer cosas ilegales o fuera de lugar, como las que había prometido en su campaña. Quizás esas escenas describen esta última irreverente parte de su vida. Pero McCain fue mucho más que eso: un político quien, a pesar de sus importantes claroscuros, mereció el respeto de sus más fervientes rivales. Su partida nos ofrece una oportunidad para reflexionar acerca de ello en al menos cinco áreas que en el blog de hoy simplemente coloco sobre la mesa.

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1. No nos equivoquemos, McCain era, al menos en ciertos temas, un verdadero halcón. Ello le hacía coincidir en determinadas cuestiones con una cantidad de actores, pero al mismo tiempo, le hacía chocar con muchos más. Por ejemplo, sus posiciones duras en cuanto a Irak (incluso después de años de aquella catastrófica intervención militar) o en cuanto a bombardear Irán, podían generar considerable polémica en Washington. ¿Cómo olvidar su cuestionable elección de Sarah Palin como compañera de fórmula, y, sobre todo, su intento por justificar una y otra vez las posturas que ésta expresaba durante aquella campaña contra Obama? Todos recordamos vívidamente la presencia directa de McCain en la plaza Maidan de Kiev, en Ucrania, animando a los manifestantes a protestar contra su gobierno—respaldado por Moscú—situación que fue uno de los factores esenciales que provocaron sospechas en el Kremlin acerca de la intromisión directa de Washington en los disturbios que terminaron con el gobierno de Yanukovich. Este, entre otros elementos, contribuyó a la decisión de Putin en cuanto a intervenir en Crimea y posteriormente armar y respaldar a la rebelión del este ucraniano. En la visión de Moscú, quedaba claro que Washington estaba detrás de estos sucesos, y McCain era, sin duda, una de las caras visibles de esta injerencia en un espacio que Rusia considera como vital.
 
2. Precisamente es por ello que sorprendía su capacidad de tener verdaderos amigos y colaboradores con tal variedad de posiciones en el espectro político, republicanos y demócratas por igual. En Halifax, por ejemplo, fuimos testigos varias veces de su cercanía con el senador demócrata Tim Kaine (quien fuera el candidato a la vicepresidencia de Hillary Clinton). Nos tocaba ver acalorados debates entre ambos, pero en los que nunca se permitía que el nivel de la discusión se rebajara al ámbito personal. Eran ejercicios de una elevada altura política en los que el contraste argumentativo era el verdadero protagonista. Ya se ha viralizado aquella escena en la que McCain, entonces candidato republicano, corrige a una señora de la audiencia, y pide valorar y respetar a Obama como persona y como un político que simplemente tiene diferencias con él. Estas son las formas de hacer política—entendida como ese espacio mediante el que dirimimos nuestras inevitables diferencias y conflictos—en torno a las cuales hoy vale la pena reflexionar. No solo en Estados Unidos.   
 
3. Lo que es notable es que su muerte en este preciso momento de la historia y no en otro, y más aún, en este momento de la competencia política en Estados Unidos, eleva justo esos temas a la agenda. McCain es hoy valorado por lo que es, pero también por la vasta distancia que había entre él y otros que no son como él. Imposible que en estos tiempos pasemos por alto y dejemos de contrastar a McCain con las estrategias que políticos como Trump han empleado para encumbrarse en el poder. Imposible también obviar las expresiones de Trump contra McCain como, por ejemplo, aquella acerca de que el hoy presidente prefiere a los “héroes de guerra que no fueron capturados”. Estos serán, sin duda, algunos de los temas de conversación en este otoño de elecciones en Estados Unidos.   
 
4. El otro tema que estará en la agenda, y no solo en Estados Unidos, sino más allá, es su persistencia en la necesidad de contener el discurso, las decisiones y las acciones de Trump desde las entrañas de su propio partido. Desde aquellas escenas de Halifax que describo, o la llamada que tuvo que hacer McCain al primer ministro australiano en una abierta disculpa porque su presidente le había colgado el teléfono, hasta hace unas pocas semanas cuando, tras las cumbres del G7 y de la OTAN, el senador tenía que pedir perdón públicamente a los aliados tradicionales de Washington por el comportamiento de su presidente, McCain nunca dejó de comprender el daño que se está haciendo a las relaciones que Estados Unidos ha cuidadosamente forjado a lo largo de décadas.   
 
5. Y en ese sentido, una triste reflexión acerca de cuán solo se encontraba el senador acerca de esto último, al menos en el partido republicano. Si en aquél noviembre del 2016 en Halifax, tanto McCain como otros prominentes políticos y funcionarios norteamericanos se jactaban de la fortaleza institucional del sistema estadounidense y de su vasta capacidad para contener a personajes como Trump, la realidad es que hoy, pasados 20 meses de gobierno, nos percatamos de que esa solidez ni es tan sólida ni puede actuar en automático. No solo el presidente estadounidense cuenta con amplios poderes para esquivar barreras de contención institucional, sino que, en el fondo, hemos tenido que comprender a la fuerza, que el presidente no trabaja en solitario; que una infinidad de actores coinciden con él, aunque sea políticamente incorrecto afirmarlo, y que todos los días estos actores se benefician de sus decisiones. Quizás McCain tuvo que vivir este período de su vida para también darse cuenta de ello. Pero nunca, ni siquiera cuando el cáncer le carcomía el cerebro, dejó de dar la batalla asistiendo al senado cada vez que su presencia era necesaria. Esa imagen, la del inquebrantable soldado luchando hasta el final por lo que cree, aunque a veces esté solo en el campo de batalla, es la que queda para la posteridad.

 

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