La migración forzada es el resultado de una compleja mezcla de factores de atracción y de expulsión, locales e internacionales, que terminan entrelazándose hasta producir uno de los fenómenos más dramáticos que conocemos. Tenemos en México gran cantidad de expertas y expertos que se dedican a estudiar el tema. No es por tanto el objeto de este texto efectuar un análisis exhaustivo de la materia. El blog de hoy busca más bien abordar dos factores relativos al momento que vivimos, vistos desde la óptica de las relaciones internacionales, y en concreto, de nuestras relaciones con Estados Unidos. Estos dos factores deben ser leídos en conjunto para tratar de comprender un poco mejor lo que está sucediendo en torno a la caravana migrante procedente de Centroamérica. Al final, añado una nota personal que no puedo evitar expresar.

Factor 1: Donald Trump, discurso y elecciones

Dos nociones centrales motivan la toma de decisiones de Trump: America First (Estados Unidos Primero) y Make America Great Again (Hacer que Estados Unidos sea Grande Nuevamente). La línea de pensamiento que subyace a esos principios elabora un diagnóstico bastante pesimista de la situación de la superpotencia y su entorno. Ese diagnóstico fue muy visible durante su campaña, durante su toma de protesta y lo ha sido a lo largo de toda su gestión. Se trata del estado de caos, la “carnicería” en la que se ha convertido el país, a raíz de sus pésimos gobernantes, demócratas y republicanos por igual. Esos gobiernos se encargaron de negociar malos tratados y han permitido que todos en el mundo “saquen provecho” de EU. La mayor parte de la carga financiera de la OTAN pesa sobre las espaldas estadounidenses mientras se permite a otros países “beneficiarios” de la alianza incumplir con sus cuotas. Washington ofrece ayuda a toda clase de países solo para que estos se burlen de ella y le insulten en la ONU. EU tiene cantidad de tratados comerciales mal negociados que le generan déficits incontrolables. El Pentágono manda tropas a innumerables conflictos ajenos, la Casa Blanca debe pagar los costos de proteger a otros y pelear sus guerras sin sacar nada a cambio.

Encima de todo, EU es víctima de “hordas” de migrantes, las “peores personas” de sus países “basura”, que solo traen consigo droga, crimen y terrorismo ( nótese cómo en el discurso de Trump incluso de hoy mismo, se enlaza el narcotráfico y el crimen organizado, con las organizaciones terroristas de Medio Oriente: Honduras-México-Siria-Afganistán en una misma narrativa ). Toda esta serie de males se generan afuera del país y se convierten en enfermedades sociales importadas. ¿Y qué había hecho Washington antes de que él tomara la presidencia? Ser flexible, laxo, favorecer programas que incentivan esa migración, permitir legislación débil y descuidar la seguridad en las fronteras. No más. Él se iba a encargar de detener todo eso.

Bajo la óptica de Trump, EU ha sido humillado y engañado. Astutos todos los demás. Él, si estuviera en sus zapatos, también lo hubiera hecho porque cada quién debe proteger los intereses del país que representa. Pero como él está ahí para defender los de Washington, lo primero que se necesita hacer es establecer las prioridades correctas: Estados Unidos antes que nadie. Los tratados o acuerdos, formales o informales, nuevos o viejos, las intervenciones internacionales o despliegues de tropas, las decisiones en general, son solo positivas en la medida en que se alinean con esta lógica y benefician clara y contundentemente a Estados Unidos. Para ello, entre otras cosas, es indispensable recuperar la posición de fuerza a la hora de negociar, así sea con México, con Pyongyang o con Irán. Por tanto, primero amenazamos con destruir o cancelar los acuerdos, bombardear o invadir, o lo que haga falta, y ya habiendo sometido a la contraparte, podemos pensar en negociar acuerdos que sean, “por primera vez”, favorables a nuestros intereses.

Se trata de una narrativa que, se esté o no se esté de acuerdo con ella, le resulta altamente eficaz para conectar con importantes sectores de la población—incluso con personas a quienes la figura o lenguaje de Trump puede no gustar, pero que, en el fondo, coinciden con la urgencia de proteger al país de los males externos a los que ha sido sometido. No obstante, estos sectores de la población, esperan resultados y, por tanto, la narrativa planteada solo funciona en la medida en que el presidente es percibido como alguien que cumple. El exhibirse como un líder que por fin lleva a cabo lo que promete, aún si sus promesas disgustan a actores dentro y fuera de la Casa Blanca, está en el corazón de su línea de pensamiento.

Por consiguiente, justo cuando ese muro grande y hermoso no llega, cuando no se vislumbra que México vaya a pagarlo como él lo había jurado, y cuando estamos en temporada de elecciones de medio término, la caravana migrante es una oportunidad de oro. Viajan en masa las “hordas” señaladas, “criminales y terroristas” incluidos. Hay que detener la “amenaza a la seguridad nacional”. Y si bien no hay muro, este es el momento para demostrar que, a partir de una posición de fuerza construida en las relaciones Washington-México, Trump, a diferencia de los malos gobiernos que le precedieron, sí cumple con su palabra.

Factor 2: México y su posición de vulnerabilidad

Lo anterior se combina con este segundo factor:

Las negociaciones, y en particular, las negociaciones internacionales, tienen mucho que ver no solo con el poder material o real de un actor, sino con la capacidad de transmitir mensajes que sean suficientemente creíbles para la contraparte y al mismo tiempo, con la capacidad de evitar que la contraparte lea con claridad los verdaderos objetivos, la disposición y hasta qué punto se puede hacer concesiones, las preocupaciones e incluso los peores temores de quien negocia.

En lo anterior estriba la complicada posición que un país como México tenía a la hora de someterse a un proceso como la renegociación del TLCAN. Desde el inicio, Trump supo comunicar que entendía perfectamente que su país se encontraba en situación de superioridad y que México, debido a su dependencia de ese instrumento comercial, tenía todas las de perder si no se llegaba a un arreglo. Efectivamente, en cierto momento nuestro gobierno quiso advertir que estábamos preparados ante cualquier escenario. Pero la realidad fue derrotando a ese mensaje. Cada vez que el tipo de cambio era afectado por una mala ronda, o cada vez que se generaba nerviosismo por alguna declaración o tuit de Trump, éste y su equipo negociador iban comprendiendo más y mejor nuestras vulnerabilidades. Esto se acompañaba con decenas de textos, análisis, conferencias y consultas de expertos tanto en México como en EU, que fueron contribuyendo, paso a paso, a mermar la narrativa del México que podría resistir firme ante un escenario de no-acuerdo. En cambio, esos mismos factores fortalecían la narrativa que sostenía que si bien EU y un importante sector de su economía podrían perder ante dicho escenario, la verdad es que la máxima potencia del planeta perdería bastante menos que nosotros o que nuestros socios canadienses si es que el tratado se llegase a cancelar.

A lo anterior se sumó la otra narrativa creíble: Trump fue demostrando a lo largo de estos meses que no le importaba cuánto tiempo y trabajo hubiesen dedicado sus antecesores a negociaciones varias, él estaba dispuesto a tirar a la basura los acuerdos internacionales que consideraba no suficientemente favorables a Washington. Así, abandonó tratados tan importantes como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) o el acuerdo climático de París. Luego, amenazó con salirse del pacto nuclear con Irán si no se mejoraban sus términos, y cumplió con su palabra. Por consiguiente, todos los actores involucrados en México, Canadá y EU, entendieron que era completamente factible que, a pesar del consejo de asesores o empresarios, cualquier mañana en que Trump amaneciera de malas o con ganas de desviar la atención de ciertos temas espinosos de política interna, el presidente podría dar carpetazo al TLCAN con un par de tuits. Así, lo que empezó como un “no se va a atrever”, terminó siendo un “no vaya a ser hoy el mal día que nos mande a freír espárragos”. Lo peor: nunca fuimos buenos en ocultar que así nos sentíamos. A la hora de negociar, estos mensajes lo dicen todo, y aportan grandes ventajas a la contraparte.

Trump supo ponernos contra la pared. Nos produjo terror; lo sabe y sabe que lo sabemos.

Así que no debe sorprendernos que, en estos días de exigencias, el presidente utilice el tema comercial como un factor de amenaza, incluso cuando el USMCA ha sido ya pactado. Todo lo que necesitó hacer es afirmar en sus tuits que:

1) México está obligado a detener la caravana migrante, y que
 

El mensaje que vinculaba la caravana migrante con el pacto comercial renegociado—y el miedo que el tema nos produce—estaba transmitido.

2) Para él, lo comercial no es prioridad. La inmigración y la “protección de sus fronteras” sí lo es.
 

Ya sabemos que nuestro país no se destaca por ser particularmente “amable” con los migrantes que vienen del sur. Todo lo contrario. Hay mucha evidencia que lo documenta. Pero el momento actual es distinto pues a ese ya lamentablemente tradicional comportamiento, ahora hay que añadir las amenazas de una Casa Blanca que se sabe ubicada en una posición de fuerza. Esa posición de fuerza es producto del trabajo de un actor que se considera a sí mismo infalible, que aplica estrategias de presión máxima lo mismo a aliados que a adversarios y enemigos, y que nuestro gobierno no ha entendido cómo detener. Es verdad que nos encontramos en una posición delicada y vulnerable, pero también es verdad que necesitamos encontrar y aplicar herramientas mucho más eficaces para garantizar que seamos nosotros, y no Washington, quienes tomamos las decisiones que nos competen. Una estrategia de largo plazo, por tanto, debe consistir en desarrollar ideas más inteligentes y creativas para desactivar esa presión máxima que hoy parece tenernos sometidos, lo que incluye, pero no se limita al tema de migración.

Una nota personal

Soy hijo y nieto de migrantes. Este es el país que abrió las puertas a mis padres y abuelos quienes huían de la guerra, la violencia y la incertidumbre, cuando gran parte del mundo las tenía cerradas. Aquí nací. Aquí he vivido toda mi vida. Para este país trabajo. Dedico todas las horas de mi vida a tratar de mejorarlo, un poco siquiera. Nuestras puertas deben permanecer abiertas, no solo porque nosotros también hemos suplicado y hasta demandado que otros no cierren las suyas a nuestros connacionales que se ven forzados a migrar, sino porque somos generosos y empáticos en la adversidad. Me consta. No nos convirtamos en el espejo de ese gobierno cuya presión máxima hoy tenemos que padecer.

Twitter: @maurimm

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