La Universidad Nacional Autónoma de México es mi casa desde la primavera de 1988. Empecé a colaborar en la Dirección General del Patrimonio Universitario realizando artículos para la Gaceta UNAM y para la revista Voices of Mexico, además de periódicas cápsulas radiofónicas para el programa Galería Universitaria, de Radio UNAM. Los temas que abordé entonces tenían como objetivo principal ponderar la importancia y el valor de los acervos culturales en custodia de la Universidad. Esta actividad me otorgó el privilegio de introducirme en el corazón de la institución y de conocer cada rincón en busca de su historia y de sus valores.

El horizonte fue inconmensurable. No acababa de conocer una colección cuando aparecía otra. Ante mis ojos desfilaban manuscritos, códices, documentos, libros incunables, libros de coro, grabados, pinturas, esculturas, murales, vitrales, fotografías, mobiliario y material didáctico de añosas épocas. Azorado e hipnotizado ante el cuantioso caudal de tesoros ofrecido, inicié una travesía de aprendizaje a entera libertad, que me reeducó y me dio la oportunidad de satisfacer mi curiosidad intelectual.

Más de una vez, para resolver mis tareas sobre el patrimonio tangible en resguardo, acudí a pedir el auxilio y el consejo de universitarios entrañables y sabios sin pedantería estuvieron siempre dispuestos a la enseñanza o al comentario puntual, llevando la pesquisa a planos con mayor proyección de estudio. De esa manera conocí a Edmundo O’Gorman, a Hugo B. Margáin, a Clementina Díaz y Ovando, a Rubén Bonifaz Nuño, a Jorge Alberto Manrique, a Luis Ortiz Macedo, a Jaime Litvak y a Ernesto de la Torre Villar, hoy desaparecidos, sin soslayar el nombre de otros maestros, doctores e investigadores cuyo aporte académico se mantiene vigente, siendo los casos de Elena Isabel Estrada de Gerlero, Martha Fernández, Elisa Vargas Lugo, Julieta Ortiz Gaitán y Eduardo Báez Macías.

Por ello, no dudo en sostener la idea de que la Universidad es su propia gente, que allí radica su genuino espíritu humanista y universal.

Como anécdota recuerdo que cierto día en una charla matinal en su casa de San Ángel, el maestro Edmundo O’Gorman comentó entre risas y un buen café: “Estas entrevistas me dan la posibilidad de conversar de todo y de nada, pero lo mejor es que puedo hablar sin medida ni vergüenza de mí”. Experiencia y sinceridad a galope que dejó ricas enseñanzas.

Con justificado entusiasmo puedo comentar que la Universidad me cobijó y que fielmente se mantiene entre mis continuidades y mis cambios. Gran significado tuvieron para mí los festejos relativos a los 450 años de su fundación. En ese momento, generosamente me permitió participar en la curaduría y asesoría de las exposiciones conmemorativas: Tan lejos, tan cerca: a 450 años de la Real Universidad de México y Maravillas y curiosidades: mundos inéditos de la Universidad. Luego se fueron hilvanando otras participaciones dentro de coloquios y el respaldo institucional en importantes proyectos de publicaciones.

Me considero afortunado y no dejo de agradecer lo que la UNAM me ha dado. No imagino cómo hubiera sido mi desarrollo profesional fuera de ella. Es una madre nutricia que alimenta a propios y extraños. Con orgullo puedo decir que traigo un puma en el pecho y que un grito de Goya invariablemente me causa emoción. El sello de la casa y los colores azul y oro son emblemas de pertenencia e identidad.

Estoy convencido que la vocación y empeños de nuestra Alma Mater son fundamentales en los desafíos que enfrenta nuestra sociedad. Asimismo, tengo la certeza que su carácter vanguardista en el marco de la educación superior es una plataforma indispensable para la construcción y conservación del panorama cultural y científico de nuestro país, y que por añadidura su presencia y símbolo debe ser de influencia en la renovación de nuestra conciencia nacional.

Por último, es grato saber que en su periplo la Universidad no camina sola. Inspira también el hecho de que instituciones públicas y privadas sean solidarias con ella, y que un importante contingente de ex alumnos se agrupe en torno a ella, en aras de la impartición del conocimiento, así como en el desarrollo de la investigación y la difusión de la cultura. Así, por ejemplo, Fundación UNAM, desde su creación en 1993, se ha esmerado incansablemente en buscar mayores oportunidades de estudio en jóvenes de escasos recursos o con agudas limitantes económicas que difícilmente podrían haber concluido sus estudios universitarios sin el apoyo de esta fundación.

Loable y de encomio es esta tarea que cultiva principios básicos de filantropía, amén de procurar fondos e impulsar un programa sistemático de becas en favor de quien lo demande, agregando, por si fuera poco, una oferta continua de actividades culturales que incluye idiomas, cursos, diplomados, fiestas gastronómicas y exposiciones.

Donar a Fundación UNAM es asociarse a una causa noble y es una forma de retribuir algo por lo mucho recibido. Sumarse es perpetuar y acrecentar la historia de una institución educativa con blasones y garra. ¡Qué privilegio...!

*Coordinador de Investigación y Difusión de la Dirección General de Patrimonio Universitario

Ayer se publicó esta columna acompañada de una foto que no pertenece a su autor. Presentamos ahora el texto con la imagen correspondiente. Pedimos una disculpa al autor y a nuestros lectores.

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