Quien iba a decir que la felicidad está en los olores y sabores de la sopa de fideos que nos servían cuando éramos niños, nunca nadie se lo hubiera imaginado.

Cerré los ojos en la primera cucharada que me llevaba a la boca, para disfrutar de los olores y vapores que salían del plato. Respiré profundo, que alivió, finalmente y después de jornadas complicadas de trabajo y de largos viajes estoy en casa, sentada en mi silla, en mi mesa que vestía el mantel de Oaxaca que me gustaba.

Entonces empecé a escuchar risas y gritos de alegría en mi cabeza, ahí están mis hermanas, mis primos y mi abuela regañándonos desde la ventana de su habitación-niños dejen a su hermana jugar- abuela, contesté- no es que no queramos que juegue, simplemente es que ella no hace lo necesario para jugar con nosotros- he dicho que la dejen jugar- replicó la abuela, está bien como digas, pero sólo te quiero decir, sin que te enojes, que ella solo quiere jugar de portera y nos meten todos los goles y siempre perdemos, porque se acuesta en la portería y se queda dormida, pero tú dices que la dejemos jugar, así lo haremos, aunque hemos perdido antes de empezar el juego- ¡He dicho! sin pucheros y como lo que son, hermanos, concluyó la abuela.

Entonces me lleve la cuchara a la boca para saborear la sopa de fideos ¡Que delicia! Las lágrimas escurrieron por mis mejillas ante la emoción, entonces escuche la voz de mi padre, era la mesa de su casa, estábamos sentados mis hermanas y yo, esperando a platicar las aventuras del día en la escuela.

Pero aquella tarde estábamos de simples y pedimos permiso para poder contar algunos chistes, mi padre renuente accedió, al ver la cara de sus picaras hijas –sin groserías- nos advirtió. Entonces empezamos a contar chistes blancos, de esos que no le hacen daño a nadie, mi padre serio procuraba no reír, mientras nosotras estábamos desternilladas de risa, la verdad me tuve que parar varias veces al baño, pero lo mejor fue cuando una de mis hermanas contó la historia de la sopita de fideos.

Así comenzó, resulta que una familia estaba sentada en la mesa, aquel día la madre había elaborado sopa de fideo, la pareja, tenía algunos problemas conyugales, en aquel momento mi padre miro por debajo de sus lentes a mi hermana, como censurándola, ella continuó y dio unas cuantas palmaditas a la mesa, no te preocupes, dijo, no diré groserías. Finalmente, dijo, las pastillas hicieron efecto en la sopa y como cobras los fideos empezaron a levantarse y a bailar, mi padre no pudo más y escupió lo que tenía en la boca para no ahogarse, cuando dejo de toser, manoteo en la mesa y dijo, ¡Se acabó! no podíamos más con la risa y las tres nos sentíamos felices al ver que mi padre podía reír con nuestras tonterías.

Mi corazón se llenó de alegría con tantos recuerdos gracias a la sopa de fideos.

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