Me honró sobremanera el acto realizado por la Junta Local de Conciliación y Arbitraje para rememorar, en estos días de desastre social, la obra que me correspondió dirigir a favor de los trabajadores, la paz social y el progreso del país. Me conmovió la presencia solidaria de amigos y compañeros de tarea en la Secretaria del Trabajo, tanto como de camaradas con quienes comparto el esfuerzo de promover la reforma política en la Ciudad de México.

Agradecí al jefe de Gobierno, doctor Miguel Ángel Mancera, su presencia, con la que refrendó su interés e impulso activo en la elevación de los salarios mínimos, que ya se han desvinculado constitucionalmente de otras multas y sanciones, eliminando así pretextos esgrimidos contra su cabal recuperación. También el empeño de construir, mediante la más amplia participación ciudadana, un proyecto de Constitución para la ciudad fundado en el más amplio goce de los derechos humanos.

Asumí la titularidad de esa secretaría meses después de la creación de la Comisión Nacional Tripartita, que había instaurado un nuevo diálogo social y que había probado sus bondades mediante la creación del INFONAVIT, prestación largamente diferida que se había vuelto impositiva por la Ley Federal del Trabajo de 1970. En ese clima revisamos exitosamente el nuevo sistema de reparto de utilidades y erigimos, contra viento y marea, un mecanismo de crédito para los trabajadores, el Fonacot, que se ha ensanchado en virtud de sus evidentes beneficios para la población laboral de más bajos ingresos.

Al presidir la Comisión, la secretaría dejó de ser una dependencia de segunda y alcanzó total independencia de Hacienda y Gobernación, que eran las claves de la represión económica y política. Ello favoreció el desarrollo de la negociación colectiva. Enfrentábamos el inicio de una insurgencia obrera —resaca del movimiento de 1968— y la presión de los sindicatos frente a la erosión del valor del trabajo a causa de la inflación. Procedimos al registro de sindicatos independientes y comenzaron a elevarse considerablemente los salarios contractuales. Igualmente restauramos los contratos-ley suspendidos durante más de tres decenios.

Establecimos la Comisión Mixta de Protección al Salario, de la que surgió la Ley Federal del Consumidor. La Procuraduría de la Defensa del Trabajo se convirtió en un organismo descentralizado y se crearon el Centro de Informática y Estadística del Trabajo, el Consejo para la Cultura y Recreación de los Trabajadores, el Sistema de Turismo y la Editorial de los Trabajadores, el Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero, el Servicio Público del Empleo, la Unidad de Capacitación de los Trabajadores, el Sistema de Educación Abierta y los Centros de Desarrollo Infantil para hijos de los Trabajadores. Instrumentos que se pusieron al servicio de la contratación colectiva para modernizarla.

En 1973 y 1974 las organizaciones sindicales plantearon emplazamientos simultáneos de huelga por desequilibrios en los factores de producción, que sumaron más de 60 mil y que tras arduas negociaciones condujeron al incremento de 20% y 22% respectivamente de las percepciones laborales. En 1976, a petición del Presidente de la República y del presidente electo, conduje una negociación más que resultó en el 23%. Alcanzamos así los salarios más altos de la historia del país, mejoras sensibles a la productividad, se amplió el mercado interno y la empresa mexicana quedó fortalecida. La masa salarial creció al 32% del PIB, cuando ahora llega apenas al 18%. Desde entonces la remuneración promedio al trabajo ha decrecido en más de 60% y los salarios mínimos en más de 80%. Contra las predicciones, cuando se desplomaron los salarios se disparó la inflación, formando en la gráfica una equis, que como decía el poeta, “algo tiene de cruz y de calvario”. El crecimiento económico se ha estancado durante cuarenta años y se extendió la pobreza por decreto.

Tuvimos un sueño: afincar en México un Estado de bienestar justo, pacífico y productivo que los tiempos neoliberales arrasaron, desmantelando casi todas las instituciones que habíamos creado. Son numerosos los cambios políticos que habrán de ocurrir para devolver su dignidad y función creadora al trabajo en el país. Hago votos porque la Constitución de la Ciudad sea un impulso definitorio para esa vital tarea.

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