Desde la noche del martes, cuando Donald Trump ganó las elecciones en Estados Unidos, nuestro embajador en Washington, Carlos Sada, no tiene otra tarea que buscar pactar con el equipo del nuevo mandatario un encuentro con el presidente Enrique Peña Nieto, antes del 20 de enero, cuando la Casa Blanca tendrá nuevo huésped.

Esta tradicional reunión transmite el mensaje de que la relación con su vecino es tan importante que el presidente electo la atiende antes aun de tomar posesión. Pero antes de ello —ocurra o no— surgirán indicios sobre el futuro de los nexos entre dos naciones vecinas, también socias, pero que históricamente México ha vivido con el mismo tipo de incertidumbre que sufriría cualquiera que decida dormir junto a un elefante.

La prensa y la academia estadounidenses se hallan enfrascadas en la discusión sobre cómo se formará el primer equipo de Trump. Ya hay dos listas: una formada por republicanos moderados y la otra con halcones del ala más radicalmente conservadora. Una mezcla de ambas sería suficiente para prender en México focos rojos en múltiples temas, desde la migración hasta el comercio, pasando por la seguridad.

Según fuentes de alto nivel consultadas en ambos países, en el primer grupo se hallarían personajes conservadores de prestigio, como James Caratano, de The Heritage Foundation, experto en seguridad nacional. O Steven Hadley, militar, politólogo, consejero de Seguridad Nacional con George W. Bush. También, Bob Corker, senador, presidente del Comité de Relaciones Exteriores.

La lista ominosa para México incluiría a “duros” como Rudolph Giuliani —se le proyecta como secretario de Estado o fiscal general—, Newt Gingrich, ex presidente de la Cámara de Representantes (1995-1999); Jeff Sessions, senador por Alabama, antiinmigrante, e incluso al casi fanático David Clarke, sheriff de Milwaukee, quien llamó a manifestaciones violentas si Trump era derrotado en las elecciones.

En nuestro país el desasosiego tiene razón de existir, especialmente en el primer frente de la batalla inminente: la diplomacia, a cargo de la canciller Claudia Ruiz Massieu. Ella goza de la confianza del presidente Peña Nieto, es una política diestra, integrante de una familia de prosapia priísta —hija de José Francisco Ruiz Massieu, sobrina de Carlos Salinas de Gortari. Sin embargo, su corta trayectoria en este campo —apenas 15 meses— ha atraído reflexiones sobre si posee el perfil idóneo para encarar esta etapa.

La actual embajadora estadounidense Roberta Jacobson, muy cercana a Hillary Clinton, vio frenada su ratificación durante 10 meses por republicanos en el Senado, y apenas en mayo tomó posesión, con un estilo eficaz y novedoso. A la llegada de un nuevo presidente, todo embajador estadounidense debe presentar su renuncia, como una formalidad. Es predecible que ella lo haga con carácter irrevocable, por no querer servir a Trump, o que éste la despida. Hay que prepararse para otro largo periodo con embajada vacante.

Es posible que el mayor debate hacia el interior de la administración Peña Nieto en las semanas y meses por venir no sea si Trump representará una pesadilla —eso debe darse por sentado—, sino cómo debe reaccionar el gobierno mexicano.

Paradójicamente, esto puede representar el principal reto, pues estarán de por medio muchos factores, desde la ambivalente cultura nacional hacia Estados Unidos, de amor-odio, la tradición nacionalista del PRI y la izquierda mexicana, hasta el cálculo político respecto de la elección presidencial en 2018.

Es evidente que el desafío inicial reposa en el escritorio de la canciller Ruiz Massieu. Ya se debe haber preguntado si sus operadores de la relación con Washington tienen la estatura necesaria: el embajador Carlos Sada y el subsecretario para América del Norte, Paulo Carreño King, ambos con siete meses en el puesto.

Pero la mayor dificultad de la Cancillería será proponer una estrategia al Presidente de la República, un hombre que cavila sus decisiones por lapsos muy largos y que está rodeado de múltiples voces. Entre ellas, muy influyente, la de Luis Videgaray, a quien se le debe atribuir no la visión de haber generado el acercamiento prematuro con Donald Trump, sino el desastre y la humillación que resultó de aquella reunión en agosto.

El desafío más profundo quizá resulte ser evitar caer en el rol de país víctima, que responda con posturas histéricas y mediáticas, en lugar de poner en perspectiva la inevitable demagogia de Trump y emprender una estrategia digna pero inteligente, como el socio importante y con peso propio que es México, ante un vecino al que se ha hecho entender, en múltiples ocasiones, que los dos tienen mucho que perder por el camino de la confrontación.

APUNTES: Ximena Puente de la Mora, presidenta del Inai, órgano garante de la transparencia, y Manuel Luciano Hallivis, quien encabeza del Tribunal Contencioso Administrativo, parecen formar la dupla de los candidatos más fuertes a encabezar la llamada Fiscalía Anticorrupción. Las dudas sobre la independencia que tendrá esta nueva instancia parecen haber desalentado a figuras con prestigio como penalistas cuya participación era prevista, como Fernando Gómez Mont, ex secretario de Gobernación (2008-2010) durante la gestión de Felipe Calderón.

rockroberto@gmail.com

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