¿Cómo sería el mundo sin la política? Los seres humanos estamos a punto de averiguarlo. Comenzamos por descreer de los partidos para luego despreciar a los políticos y ahora estamos a punto de darle la espalda a la herramienta que durante trescientos años sirvió como medio privilegiado para construir ciudadanía.

A los habitantes del siglo XXI nos produce desconfianza la política. Hemos olvidado que antes de ella nos gobernaban la cruz y la espada, como dijo alguna vez Cherteston: los poderes religioso y militar.

Frailes y soldados en la Edad Media, chamanes y guerreros en la época de las cavernas: las dos únicas escaleras para arrebatar el poder o para perderlo. El Renacimiento fue el que trajo la política y abrió camino para que otros personajes del repertorio social tuvieran también oportunidad de gobernar.

Maquiavelo —hombre que sin azar fue menospreciado por religiosos y militares— defendió la política racional frente a la barbarie y la arbitrariedad.

Después vinieron Voltaire y Locke, Montesquieu, Hamilton y Shumpeter, Wilson y Juárez— todos representantes de una potente legión de defensores de la política democrática.

¿Qué dirían esos fundadores de nuestra era si pudieran echar un vistazo a la realidad que se viene imponiendo en estos días?

¿Cómo calificarían a Donald Trump, ese personaje que en vez de hacer política se dedica a producir espectáculo basado en argumentos religiosos y militares? ¿O al señor Vladimir Putin, tan obsesionado con recuperar el poderío de la antigua Unión Soviética? ¿Qué dirían de los líderes del Estado Islámico tan furibundos y tan atrapados por las breves creencias de su fe?

Cabe lamentarse de que los mexicanos no seamos hoy excepción, sino habitantes igualmente condenados por la República del tropel. Tengo conmigo los resultados de la encuesta que la empresa demoscópica Parametría obtuvo hace un par de meses y me alarma el estado que guardan nuestras opiniones respecto a estos mismos temas.

En la valoración de los actores relevantes hasta arriba se coloca el Ejército en el pedestal de nuestra admiración. Después vienen la Iglesia y los sacerdotes.

Contrastan en el extremo opuesto partidos, jueces y políticos —todos ametrallados por la descalificación popular. Justo en medio, pero con descrédito parecido, nos hallamos los periodistas.

Lo público en sus dimensiones cívicas más relevantes pareciera haber fallecido. Rendimos mayor confianza a favor del religioso y el soldado, tal como nuestros antepasados de hace ocho generaciones hicieron cuando desde Madrid se dictaban las leyes.

Acaso no estamos suficientemente conscientes de que, al abdicar de la política, estamos renunciando a la sobrevivencia de la ciudadanía y también de los derechos significados con tanto esfuerzo por ella.

Resbalamos mansamente por un túnel que viaja en el tiempo hacia el antiguo gobierno teocrático y marcial.

ZOOM: dice Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, que la iniciativa de ley sobre seguridad interior no va a entregar más poder a los militares. Quizá tenga razón; ese poder ya lo otorgamos antes los ciudadanos con nuestra fe indolente en las armas, la pólvora y los rezos.

www.ricardoraphael.com

@ricardomraphael

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses