“Los medios deberían estar humillados y avergonzados. Tendrían que mantener la boca cerrada y, por un tiempo, sólo dedicarse a escuchar”. Esta es la sentencia que Stephen K. Bannon, el principal comisario político de Donald Trump, arrojó la semana pasada contra la prensa.

En una conversación publicada por la revista Time, entre verdad y broma este sujeto se comparó a sí mismo con Darth Vader y es que, en efecto, Bannon ostenta hoy un enorme poder dentro de la Casa Blanca.

Este nacionalista blanco y extremo ha estado detrás de las decisiones más polémicas de la brevísima administración Trump. Fue él quien redactó varios de los párrafos centrales del discurso de toma de posesión y también las órdenes ejecutivas contra los migrantes y los refugiados.

Se rumora en Washington que Bannon es igualmente autor de algunos de los tuits más polémicos del magnate neoyorquino.

El jefe de estrategia en la Casa Blanca dice detestar al periodismo que hace crítica contra su jefe —el Emperador. Declaró también que considera a la prensa como un partido de oposición al que debe vencerse.

El mensaje explícito es por entero autoritario: ¡el periodismo o nosotros (Trump y él)!

Todavía falta tiempo y mal azar antes de que el Emperador y Darth Vader lancen el poderoso rayo desde la Estrella de la Muerte para eliminar las libertades con que hoy cuenta la ciudadanía estadounidense.

A pesar del embate arrojado sobre migrantes y refugiados, las instituciones democráticas en el país vecino todavía tienen mucho con qué defenderse. Como prueba emblemática de la protección frente a la arbitrariedad, la semana pasada el juez federal James L. Robart decidió suspender la polémica orden ejecutiva signada por Donald Trump para cerrar la puerta a migrantes y refugiados de origen musulmán pertenecientes a siete países distintos.

El argumento toral del juez fue que Trump decidió proteger la frontera de Estados Unidos frente a individuos cuya peligrosidad no ha sido probada. Lo acusó puntualmente de especular en vez de sustentar su temeraria orden ejecutiva.

La Casa Blanca no tardó en reaccionar instruyendo al Departamento de Justicia para que apelara la decisión ante un tribunal superior.

Incapaz de guardar para sí el resentimiento, el presidente de los Estados Unidos cuestionó con impertinencia la legitimidad de Robart llamándolo “el presunto juez”. Horas más tarde el senador demócrata Patrick J. Leahy salió en su defensa advirtiendo que la hostilidad de Trump contra el Estado de derecho no era sólo vergonzosa, sino también peligrosa.

Durante la madrugada del domingo, por fortuna el tribunal de apelación ratificó la suspensión dictada por Robart. Impuso así la segunda derrota de Donald Trump frente al Poder Judicial. (La última ronda de este pleito será ante la Suprema Corte).

El error del Emperador y su escudero vestido de negro fue desestimar la independencia del sistema judicial estadounidense. Un yerro que ambos cometieron antes contra el periodismo. El poder de los jueces y la fuerza crítica de la prensa son dos anticuerpos robustos para enfrentar las pulsiones autoritarias que estos varones comparten en su intento por destruir el patrimonio democrático de Estados Unidos y del resto del mundo.

Contra la uniformidad racial, política e ideológica que Trump y los suyos pretenden imponer, los estadounidenses tendrán que hacer más y no menos periodismo crítico. Más litigio rebelde de los abogados y mayor insubordinación judicial —con la Constitución en la mano.

Sólo estos contrapesos de la democracia pueden contra los intentos para abolir derechos y libertades.

ZOOM: Observando a Bannon cabe temer que sus imitadores en otros gobiernos del mundo intenten jugar a la política del espejo atacando a sus propios periodistas. Con el pretexto de la pretendida unidad nacional, nada más peligroso que socavar las libertades de expresión y prensa.

www.ricardoraphael.com

@ricardomraphael

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