La Habana. El gran error de Fidel Castro fue uno: permanecer tanto tiempo en el poder. No escuchó lo que muchos años antes había advertido Simón Bolívar, uno de los personajes a los que más admiraba: “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el Poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él a mandarlo, de donde se originan la usurpación y la tiranía”. Tan sabias son esas palabras pronunciadas en 1819 por El Libertador de América durante el Congreso de la Angostura, como las que escuché aquí a un joven cubano que se esforzaba por mostrarse indiferente a la muerte del líder de la Revolución cubana: “quien se mantiene en el poder tanto tiempo termina arrancando a Cristo de la cruz y asumiéndose como un Dios al que ya nadie puede oponérsele, justo ahí nace la dictadura”.

Fueron 47 años (1959-2006) en control férreo de Cuba y diez más, hasta su muerte acaecida el viernes pasado, como un oráculo que, desde las páginas del único periódico de la isla, reflexionaba, construía escenarios y marcaba líneas a Raúl, su hermano y sucesor en la Presidencia del Consejo de Ministros y en el liderazgo inapelable del Partido Comunista Cubano.

Contra la perpetuación de Fidel en el poder no hay manera de rebatir el calificativo de dictador ni de evitar que tal carácter no opaque los logros, numerosos y notables, de la Revolución que encabezó: liberar a un pueblo hambriento y sobajado por los intereses oligárquicos criollos y yanquis; eliminar el analfabetismo en un año; bajar la mortalidad infantil de una tasa de 42% a otra de 2%; formar a 130 mil médicos (uno para cada 130 habitantes); enviar a 30 mil médicos a colaborar en más de 68 países; erradicar en su totalidad la desnutrición infantil; lograr la escolarización del 100% de sus niños y jóvenes; elevar a 79 años el promedio de vida de los cubanos; sobrevivir a medio siglo de bloqueo y guerra económica; y convertir a Cuba en un referente de las luchas emancipadoras de América Latina y de la geopolítica mundial en la segunda mitad del siglo XX y en lo que va de éste.

No sé qué tanto influyó en su perpetuación en el poder la megalomanía que caracteriza a todo dictador, pero en lo que no parece caber duda es que respondió a coyunturas específicas: darle viabilidad a la Revolución, defenderla de los primeros embates de Estados Unidos con la frustrada invasión en Bahía de Cochinos, enfrentar el devastador bloqueo económico impuesto por el imperialismo y las innumerables intentonas financiadas por la CIA para asesinarlo y desestabilizarlo internamente, lo que lo llevó a acallar a la oposición interna, a encarcelar a quienes la encabezaban, a fusilar a quienes “traicionaban” a la Revolución y a propiciar un exilio que separó a miles de familias cubanas.

Hoy han transcurrido cinco de los nueve días de duelo nacional decretado por el gobierno cubano en memoria de Fidel. Miles y miles han desfilado frente al mausoleo colocado en el monumento a Martí con una fotografía del joven Castro guerrillero, sus condecoraciones de Comandante en Jefe y un enorme ramo de olorosas rosas blancas como las que cultivaba, para el amigo sincero, el poeta que independizó a Cuba. Pero sus cenizas no estaban ahí. Quedaron resguardadas en el salón de protocolos del Ministerio de las Fuerzas Armadas, de donde iniciarán hoy un recorrido de mil kilómetros hasta Santiago de Cuba, después de los funerales de Estado celebrados anoche en la Plaza de la Revolución.

Entre el extraño silencio que caracteriza estos días a la entrañable Habana, pueden percibirse dos sentimientos asociados a dos generaciones: el duelo por la pérdida entre los más viejos, que pese a todas las privaciones y carencias sufridas en estos años asumen y agradecen que lo que son y tienen se lo deben a la Revolución; y la indiferencia de los más jóvenes, que sólo prefieren pensar en un futuro mejor.

Los vaticinios de que con la muerte de Fidel millones de cubanos saldrían a las calles para exigir libertad y que el régimen sacaría las tanquetas para controlarlos, no se han cumplido.

Fidel se preparó para su ausencia y Raúl tomó el control. Lo ejerce sin sombra de duda sobre el trípode que lo garantiza: las fuerzas armadas, el ministerio del Interior y el ministerio de la Industria Básica.

El círculo íntimo del presidente cubano está listo, incluso, para la falta de él. En eso trabajan Miguel Díaz Canel, un ingeniero eléctrico de 56 años que es el primer vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros, sucesor designado de Raúl; José Ramón Machado Ventura, de 86 años, dirigente histórico, principal ideólogo de mano dura y otro de los vicepresidentes del Consejo; Ramiro Valdés, de 84 años, comandante de la Revolución y miembro del Buró Político del PCC; Leopoldo Cintra, de 75 años, ministro de las Fuerzas Armadas y general del Cuerpo del Ejército; y Marino Murillo, de 55 años, ministro de Economía.

Cuba se preparó para la falta de Fidel, pero su clase dirigente no parece dispuesta a profundizar el cambio requerido con urgencia. De ellos dependerá si es terso, como ocurrió en China o si lo desborda la violencia. La isla, por lo pronto, permanece en alerta de combate. No tanto por la muerte de su Comandante en Jefe como por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

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