¿Qué habría pasado si Caperucita Roja anduviera armada?, pregunta perversamente la Asociación Nacional del Rifle de Estados Unidos en la portada de su recientísima reedición propagandística del famoso cuento del francés Charles Perrault (1697). La pregunta induce a la respuesta: hubiera matado al lobo o por lo menos evitado que se la comiera. Ésa es la lógica que se inculca desde niños a los estadounidenses y que se refuerza con esa mercadotecnia: mientras más armado, más seguro.

No debe sorprender, entonces, que el lunes 13 de junio, al día siguiente del ataque armado a un bar gay de Orlando, que cobró la vida de 50 personas, el valor de las acciones de los principales fabricantes de armas de Estados Unidos que cotizan en la Bolsa de Nueva York, Smith & Wesson y Sturm Ruger, aumentó entre 6.5 y 8.5%.

Sus ventas se dispararon en medio de la desgracia porque el estadounidense medio está convencido de que no hay mejor defensa armada que la que él mismo se pueda dar y porque supone que, ante hechos como los de Orlando, podría haber restricciones en las ventas de armamento. Prefiere pertrecharse.

La masacre de Orlando apesta a crimen de odio, esta vez contra la minoría lésbico-gay. Tres semanas después de ocurrida, no se ha encontrado evidencia de que el asesino Omar Mateen materializó un atentado planeado por el radicalismo islámico como ocurrió en París la noche del 13 de noviembre de 2015. En Orlando, por lo visto, el resorte de la homofobia impulsó a un creyente del Islam que acaso encubrió así una homosexualidad reprimida. Eso lo acerca más a los grupos de ultraderecha que operan en EU (más de 300, según algunos estudios) o a las milicias armadas (por lo menos 200), que tan del gusto de esas organizaciones son.

Pero en el fondo de la tragedia (y de todas las que sacuden casi a diario a los estadounidenses con tiroteos masivos) están las omisas políticas de control de armas. Conseguir una allá es más fácil que comprar una cerveza o algún medicamento controlado. Peor aún: lo que era, hasta hace un par de décadas, la costumbre de comprar pistolas, ahora se ha militarizado. Hoy las armas más demandadas son las de asalto, las que aquí en México se consideran de uso exclusivo de las Fuerzas Armadas.

Se trata, pues, de un mercado próspero y un negocio multimillonario: cada año se venden 4.5 millones de armas en las 130 mil armerías autorizadas de ese país. El valor de las ventas es de 15 mil 600 millones de dólares, con crecimientos anuales sostenidos de 6.5%.

De acuerdo con la Institución Brookings (prestigiado centro de investigación sin fines de lucro, fundado en 1916 y con sede en Washington, D.C.), la mitad de los hogares estadounidenses tienen al menos un arma. Se estima en 310 millones el número de armas que tiene la población estadounidense y se prevé que en dos años aumente a 325 millones, prácticamente un arma per cápita.

Otros estudios comparativos indican que las fuerzas armadas estadounidenses disponen de entre 20 y 30 millones de armas de asalto. De manera que por cada arma de la fuerza pública hay diez en poder de los estadounidenses. No debe sorprender, por lo tanto, que cada año haya en Estados Unidos 30 mil muertes atribuibles a la tenencia de armas, cifra equivalente a la de los muertos por el terrorismo en el mundo.

En paralelo, corre el trasiego ilegal de armas a México que, en términos prácticos, es el traslado de su baño de sangre a nuestro territorio. Cada día cruzan ilegalmente la frontera casi dos mil armas que, sobre todo, pertrechan aquí al crimen organizado. De las armas de que dispone, cuatro de cada cinco provienen de Estados Unidos.

La pregunta ya no es, entonces, si habrá más masacres allá y aquí. La pregunta es dónde, cuándo y con qué saldo de muertos. Es la mano invisible del mercado la que jala el gatillo.

INSTANTÁNEA. Negociación. Cuando Héctor El Güero Palma fue detenido en 1995, la DEA estimaba su fortuna en mil millones de dólares. De ella nada se sabe. El juez que lo procesó en Estados Unidos sólo lo multó con cien dólares. Todo indica que su fortuna quedó intocada. ¿Será parte del acuerdo? ¿Ocurrirá igual con Joaquín Guzmán Loera?

rrodriguezangular@hotmail.com

@RaulRodriguezC

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