En menos de treinta años, el ascenso del PRD ha sido tan vertiginoso como su caída. De ese partido, hoy, queda muy poco. Con los despojos, que no terminan de disputarse sus numerosas tribus, sus expectativas de ganar la Presidencia de la República en 2018, como organización partidista, son prácticamente nulas.

Fundado por el tres veces candidato a esa magistratura, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, en 1989, y usufructuado en mayor o en menor medida por sus dirigentes, especialmente Andrés Manuel López Obrador que lo utilizó como plataforma para postularse en dos ocasiones a ese mismo cargo, se halla ante un dilema que parece insalvable.

Enfrascada su representación senatorial en una lucha sin cuartel, en la que no parece ni definido ni definitivo quién la coordina, con un liderazgo vulnerado y debilitado que no atina a encausar la conflictividad, con una sangría permanente de militantes y una pugnacidad inacabable entre facciones, el Partido de la Revolución Democrática parece más bien estar camino de su extinción.

Este innegable cuanto doloroso proceso, puesto que cancela las posibilidades de cambio para mejor con las que se inició, tiene viejas y nuevas causas, que son las mismas; las que marcan una constante son esencialmente una búsqueda enfebrecida de dinero y poder por parte de sus principales protagonistas.

No hace falta mencionar nombre alguno. Todos están a la vista de todos. Cada uno es identificado socialmente por su trayectoria y actuación. Pocos son los que hacen excepción.

El pecado que más abiertamente se puede imputar a algunos de sus más conspicuos líderes, es haberse echado en los brazos de las antiguas prácticas partidistas. Las diferencias que parecían marcarlos en un principio, se convirtieron en su identificación, en su cohesión. En, y por los hechos, a la vista de la sociedad se convirtieron en una sola cosa.

En esa línea, las principales fuerzas político-partidistas: PRI, PAN y PRD, asumieron el mismo discurso. En su oratoria, que se ha desgastado en grado extremo, la sociedad es todo para ellos, cuando en realidad no significa nada, salvo en época de elecciones.

En esa línea discursivo-pragmática firmaron juntos al principio del actual sexenio el Pacto por México, sobre el cual impulsaron las reformas estructurales. Prometieron que estas cambiarían el rostro y la situación de los mexicanos. Pero esos resultados no sólo no se han concretado; en algunos rubros, las cosas han empeorado.

Unidos el PRI, PAN y PRD, con todos los demás minipartidos como clásicos “paleros” que han convalidado las decisiones y acciones de los tres más importantes, desapareció formalmente la oposición en éste país. En esa vinculación-asimilación, la izquierda se perdió como opción de mudanza para el electorado. Por eso las encuestas les dan expectativas de triunfo electoral inmediato considerablemente bajas.

De la actuación de los jefes de sus tribus, nadie podría asegurar que ha sido desinteresada o gratuita. Algunos son considerados más “radicales” (convenencieros) que otros. Lo cual debe tenerlos sin cuidado sabiéndose y sintiéndose parte de la élite política que se ha beneficiado de los dramas de México. Y si a eso se aúna que sus guerras no cesan por apropiarse de lo último que han dejado, su perspectiva político-electoral es verdaderamente lastimosa.

Frente a ese complicado escenario, la última esperanza que parecen tener de cara a la sucesión presidencial de 2018, es el prestigio de un político sobre cuyas espaldas carguen todos sus errores.

De entre Silvano Aureoles, Graco Ramírez y Miguel Ángel Mancera, el jefe de Gobierno de la Ciudad de México es el único que podría darles alguna posibilidad. Para ello, tendría que conjuntar a la ciudadanía y ofrecerle una certeza de cambio y mejoría.

Empero, ¿sería atinado poner a disposición de un partido cuestionado y virtualmente desmoronado, un capital político personal, ganado con trabajo, honestidad y una gestión pública reconocida?

Si ésta fuese una decisión de ambas partes, es momento ya de concretarla y anunciarla. Porque antes de dar la batalla afuera, y considerando la historia del perredismo, habría que darla adentro. Alcanzada la meta llamada unidad, hasta hoy imposible, el panorama de hoy sería completamente diferente.

SOTTO VOCE… Ernesto Nemer Álvarez, ex titular de la Profeco, es garantía de buen desempeño como coordinador de la campaña de Alfredo del Mazo Maza en el Estado de México. Por su capacidad, experiencia y destreza, se espera que dé resultados positivos aun en el contexto de innegable dificultad y adversidad que tiene enfrente… ¿Pudo ser totalmente ajeno el gobernador de Nayarit, Roberto Sandoval, a los delitos hamponiles que había estado cometiendo su fiscal general, Édgar Veytia, detenido en Estados Unidos? ¿Será cierto que él también es investigado?... Anuar González Hemadi, juez tercero de Distrito en Veracruz que otorgó amparo a Diego Cruz, uno de los porkys acusado de violación, no sólo debe seguir suspendido por el Consejo de la Judicatura Federal, dadas sus decisiones presumiblemente erróneas e inmorales. Debería ser investigado por todas sus sentencias y encausado, si fuere el caso. ¿Dudaría alguien que pudo haber actuado por venalidad?… Antonio Enrique Tarín García, diputado federal suplente y ex director de adquisiciones de César Duarte en Chihuahua, debería tener un poco de pudor y presentarse ante la justicia para responder por los delitos que se le imputan, en vez de decir que está tranquilo y que puede andar con la frente en alto. Esa misma actitud deberían adoptar cinco compañeritos suyos que son investigados también por autoridades locales y federales en Veracruz.

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@mariobeteta

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