Quizá Videgaray había leído el impacto de la posverdad en la elección norteamericana, el hartazgo de una ciudadanía molesta con las políticas de Washington, tal vez sabía que existía una posibilidad, más allá de lo fortuito, de que Donald Trump se convirtiera en el líder del mundo libre. Echó sus cartas, el último día de agosto cerraba con la apuesta de enfrentar cara a cara al demonio, sin importar que las encuestas, fallidas al final, lo dieran por derrotado, al final, Videgaray tuvo razón.

Las razones en el fondo de su apuesta sobran ya, pasarán al anecdotario de la historia en uno de los momentos más difíciles para México, la praxis, como siempre, impone lo urgente sobre lo importante.

¿Qué es lo urgente?, el cierre de las inversiones nacionales de dos gigantes antes siquiera de que Trump asuma el poder: Carrier y Ford, que juntas representan más de cuatro mil empleos mexicanos que se van al limbo, lo urgente viene con la renegociación del TLC que es el único tratado con ganancias económicas para el país, hasta 700mmd al año, lo urgente es el destino de millones de connacionales indocumentados en Estados Unidos que el nuevo régimen amenaza con deportar, lo urgente, lo apremiante, es el trazado de una dirección en la era Trump.

El nuevo Canciller sabe que la prioridad en las relaciones internacionales de México sin duda alguna son los Estados Unidos, sabe que coquetear con Asia como una provocación a Trump puede costarnos extremadamente caro, sabe que es momento de poner orden.

Claudia Ruiz Massieu se va derrotada, incapaz de hacer frente al minotauro que creía verdadero solo en las pesadillas míticas del mundo, renuncia ya sin apoyo y sin consuelo, hubiera sido mejor que lo hubiera hecho el 1 de septiembre, su salida habría sido más digna.

Videgaray llega con fuerza, ave fénix si exageramos en las figuras, pero es la misma fuerza que posee la que podría jugarle en contra: la vara del nuevo Canciller es demasiado alta, demasiada expectativa donde los errores cuentan el triple.

La caballada es flaca en una administración que agoniza de credibilidad, a días de que Trump asuma el papel más importante en la Casa Blanca, Videgaray se presenta como la oportunidad ya no de salvar la imagen de Peña Nieto, devastada y hundida por la crisis gasolinera, sino de salvar la relación México Estados Unidos.

Del círculo cercano a Peña Nieto, Videgaray era el único que podía negociar con el diablo.

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