Que se haya cancelado la visita programada para fin de mes a Estados Unidos es, a estas alturas, lo de menos. Me hago cargo de la humillación y también del estrechamiento de los canales de diálogo. Si un canciller no pudo mover la postura americana y el presidente fue desinvitado, no hay muchas posibilidades de mantener un canal constructivo que pase por el Ejecutivo Federal Americano. No tenemos demasiadas alianzas en el Congreso y nuestro diálogo con los gobiernos locales tampoco parece tan fluido como para equilibrar (o matizar) la arrogante y devastadora postura de Donald Trump. Aun así, lo central y particularmente inquietante es que la premisa mayor del gobierno para entablar un diálogo con Trump está en entredicho. Esta premisa (que estuvo en el origen de la invitación al Trump candidato) suponía que el inquilino de la Casa Blanca estaba mal informado o desinformado sobre la decisiva aportación que México hace a la ecuación de seguridad y prosperidad de América del Norte. Por eso lo invitaron a Los Pinos y por eso fueron Videgaray y Guajardo a Washington.

El resultado lo conocemos: Trump ha escuchado todo lo que debía escuchar y su respuesta es: el TLCAN es un acuerdo injustamente favorable a México y además el país debe pagar por el muro. Peor imposible.

Otra de las premisas que alentaron la estrategia desplegada desde mediados del año pasado es que un contacto personal directo podría atemperar la arbitrariedad del nuevo presidente. El contacto fue directo y extenso con el mismísimo yerno y otros funcionarios del primer círculo y el resultado fue una humillación inaceptable. No hay, pues, receptividad al argumento mexicano, ni tampoco relación privilegiada que valga.

El gobierno norteamericano ha cerrado grosera e inicuamente la puerta al diálogo en condiciones particularmente ominosas para un país binacional (millones de mexicanos viven en Estados Unidos) que ahora tiembla de un lado y otro de la frontera.
Los siguientes movimientos parten, a mi juicio, de reconocer la premisa mayor (entenderán el argumento) y su complemento (el trato privilegiado que pudiese derivar de una relación personal). Eso supone una muy importante reconsideración política por parte del presidente para enfrentar la grave crisis que hoy tenemos. Manlio Fabio Beltrones sugería, en estas páginas, la posibilidad de un gobierno de coalición que, a estas alturas, podría dar algo de oxígeno a una postura nacional que ha sido literalmente enviada a la lona. Creo que tiene razón.
Hay que reconocer, ante la nueva y dramática página que se abre en la relación bilateral, que el agravio a Peña es en realidad a todo el país y hoy debemos pensar en señales muy claras de que México actuará en serio para defender sus intereses. Por ejemplo, que reforzaremos nuestros consulados con personal y presupuesto para ayudar a los migrantes y litigar con los socios pertinentes la validez jurídica de estas órdenes ejecutivas y que daremos apoyos a las empresas que apuesten por permanecer en México y de paso, no las esquilmarán con moches y mordidas.

Al presidente no le queda más camino que intentar “darse todo el ejemplo” y entrar con toda fuerza en la televisión norteamericana para defender los principios que anunció en su postura de política exterior. Es muy costoso para México quedar en la percepción de millones de ciudadanos en todo el planeta como si fuéramos un país peligroso y enemigo de los Estados Unidos. Y perdón que vuelva sobre mi tema, pero si seguimos descuidando la imagen y la reputación de nuestro país en Estados Unidos, seguiremos pagando el  precio de ser usados como piñata política primero, para ganar una elección y ahora, para legitimar a un presidente que entró con la desaprobación más alta de los últimos años.

@leonardocurzio

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