Ocurre algo curioso con la renegociación radical del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la construcción del muro fronterizo, los dos grandes argumentos —es un decir— de campaña de Donald Trump: mientras más se acerca uno a la frontera, menos populares resultan ambas medidas. El fin de semana pasado estuve en Austin, invitado por el consulado mexicano para moderar un panel sobre el futuro del libre comercio en la región. Además de hablar del TLCAN a grandes rasgos, la intención de la convocatoria era provocar un debate sobre todo lo que tiene que perder Texas ante una posible guerra comercial entre México y Estados Unidos. Resulta paradójico que Texas, republicano por excelencia, joya de la corona del movimiento conservador con sus 38 votos electorales, enfrente con desasosiego una renegociación impulsada por un presidente republicano. Y es que lo que se juega Texas es mucho. Texas tiene a México como principal destino comercial, con exportaciones de más de 92 mil millones de dólares al año. En sentido contrario, Texas importa una tercera parte de todos los bienes proveniente de México a Estados Unidos. 14 mil camiones cruzan Laredo todos los días. Varias industrias eminentemente texanas podrían verse afectadas si las pláticas sobre el tratado no llegan a buen puerto o, mucho peor, si el TLCAN desaparece. La industria cárnica, por ejemplo, sufriría un revés desastroso. Un estudio dado a conocer durante el panel de Austin por Reva Goujon, analista de Stratfor, señala que 43% de las exportaciones estadounidenses de carne y pollo provienen de Texas. La lista de industrias potencialmente afectadas es larga: automotriz, agricultura, energía, azúcar. En el peor de los escenarios, la imposición de tarifas representaría una amenaza de colapso difícil de controlar para decenas de empresas en Texas, donde al menos 350 mil empleos dependen del TLCAN.

Esta realidad económica ha dado pie a anécdotas singulares. En un interesante reportaje producido el mes pasado por la PBS sobre la relación entre Texas y el TLCAN y citado varias veces en la charla de Austin, la periodista Lisa Desai entrevistó a Denis Nixon, quien encabeza un banco especializado en bienes raíces en Laredo. En un momento dado, el señor Nixon confiesa, alarmado, que Texas simplemente no puede sobrevivir sin México. “La gente que dice que hay que terminar con estos acuerdos comerciales no entiende que eso sería el principio del fin para nosotros,” dice Nixon. “Texas entraría en recesión inmediatamente”. En el colmo de la paradoja (y en una señal más de la confusión del movimiento conservador y los propios republicanos), Nixon encabezó el esfuerzo de recaudación de fondos para la campaña de Donald Trump en Texas. Ahora trabaja a marchas forzadas para convencer a su presidente de lo peligroso que sería antagonizar a México y echar por la borda el tratado que tanto bien ha hecho a Texas.

Algo parecido piensan otros dos de los participantes en el panel del sábado: el congresista demócrata Henry Cuéllar, un hombre de larga trayectoria en la Cámara de Representantes, y su colega Will Hurd, recién llegado al Congreso. El caso de Hurd es particularmente interesante. Hurd, un joven republicano, afroamericano en un distrito de mayoría latina, representa al inmenso distrito 23 tejano, que cubre la enormidad de 800 millas de la frontera entre México y Estados Unidos, incluyendo una decena de cruces fronterizos con enorme actividad comercial. Para Hurd, buena parte de los prejuicios sobre el libre comercio y la vida en la frontera (es sumamente crítico, por ejemplo, de la posibilidad de la construcción del famoso muro de Trump) nace de la ignorancia. Durante la plática en Austin, Hurd insistió una y otra vez en la necesidad de llevar a buen puerto la negociación del tratado, teniendo como objetivo principal mantener el dinamismo de intercambio comercial sin el cual su distrito, y buena parte de Texas, pasarían las de Caín. Tanto Hurd como Cuéllar aseguraron a los presentes que, como otros legisladores, cuidarían los intereses de ambos países en el proceso de renegociación, que necesariamente debe involucrar al Congreso. “No elegimos a un rey ni a un emperador”, advirtieron ambos. Las instituciones estadounidenses, dijeron, van a funcionar para que el TLCAN no tenga un destino indigno.

Así como Hurd, Nixon y Cuéllar, México tiene aliados inesperados para la batalla que viene. Dependerá del gobierno aprovecharlos a cabalidad. Podrían no ser poca cosa frente a la demencia populista del señor que vive en la Casa Blanca.

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