Si la nota de este año ha sido la tarea de la oposición para minar el poder del PRI en los estados, la del 2018 será qué puede hacer el resto de los partidos para detener el avance de Andrés Manuel López Obrador hacia la Presidencia. Hace algún tiempo expliqué por qué me parecía prematuro leer la ventaja de López Obrador en las encuestas como una tendencia definitiva. Lo sigo creyendo porque no hay preferencias irreversibles a 24 meses de una elección y porque cualquier encuesta que enfrente a un candidato ya definido contra otros que aún libran batallas para ganar el apoyo total de sus simpatizantes resulta por fuerza engañosa (basta ver lo que ha pasado en Estados Unidos, con Donald Trump siendo ya el candidato republicano de facto y Hillary Clinton aún tratando de quitarse de encima la amenaza de Bernie Sanders).

Pero mis reservas se diluyen al analizar la que será, a mi juicio, la gran variable de la elección presidencial: la narrativa antisistema. Como nunca antes, la del 2018 plantea un escenario ideal para Andrés Manuel López Obrador. La restauración del priísmo, más interesado en perpetuar la oligarquía que en reinventarse como fuerza democrática, le ha servido la mesa al discurso antisistema, corazón del lopezobradorismo. El PRI ha pasado cuatro años justificando a plenitud cada una de las sospechas que, por 15 años o más, ha repetido Andrés Manuel López Obrador por el país entero. Así las cosas, el 2018 pinta para ser la interminable repetición de un ufano “se los dije”.

La buena noticia para quienes preferirían evitar el triunfo de López Obrador es que existe un antídoto para un candidato antisistema exitoso; la mala noticia es que ninguno de los partidos que se opondrán a Morena parece tener intención alguna de aplicar ésa, una de las lecciones elementales de la política electoral: la legitimidad sólo se combate con legitimidad. Me explico. Las elecciones siguen uno de dos caminos: buscan la continuidad de un proyecto de gobierno o estallan en su rechazo. Salvo un viraje asombroso en la fortuna de Enrique Peña Nieto y su equipo más cercano, el incentivo en el 2018 será el segundo. Por eso, la batalla que viene sólo puede ganarse desde afuera de la burbuja de desprestigio. Podrá debatirse cuánto merece esa distinción, pero lo cierto es que hoy, en ese sitio, sólo está Andrés Manuel López Obrador.

Del otro lado del escenario aparecen nombres conocidos mucho más por su asociación con la política mexicana que por su rechazo a sus vicios. Margarita Zavala enfrenta dos retos mayúsculos que la ligan directamente al sistema. Parecido a lo que ha hecho Hillary Clinton, tendrá que buscar una posición desde la cual aprovechar las virtudes del gobierno de su marido y, al mismo tiempo, desligarse de sus defectos. Inmediatamente después tendrá que disolver la percepción del contubernio corrupto del PRIAN, una de las líneas discursivas favoritas, y potencialmente más exitosas, de López Obrador. Ninguna de las dos se antoja sencilla.

El PRI llegará débil al 2018. La fortaleza de su “maquinaria” estatal servirá de poco si no entiende la importancia de desmarcarse de su mayor lastre actual: el peñanietismo. Cualquier candidato que salga del círculo presidencial será maná del cielo para Andrés Manuel López Obrador. Se trata, por supuesto, de una herida autoinfligida. El PRI que llegó a Los Pinos en el 2012 tenía la oportunidad de (permítaseme citar a uno de mis clásicos) cumplir la promesa de su mejor destino: demostrar que había aprendido de humildad y contención tras 12 años fuera del poder. Lo que ocurrió fue la versión más grotesca de lo opuesto: la indiferencia ante la corrupción, las fortunas hechas desde el poder, la mano dura con los medios. En suma, el priísmo rapaz versión siglo XXI, el que sólo aprendió que no quería aprender nada. En este contexto, la mejor solución para el PRI de cara al reto lopezobradorista sería romper consigo mismo y elegir a una figura que haya guardado una sana distancia con el círculo tóxico (las encuestas no mienten) del Presidente. Un acto improbable de humildad.

Del PRD es difícil hablar porque el partido se ha quedado sin figuras de auténtico atractivo. Miguel Ángel Mancera se ha difuminado entre la nata de humo que cubre la capital y el oprobio –—genuino o no, ¿qué importa?— de las redes sociales. Difícil imaginarlo plantando cara dentro de dos años. El mejor destino del perredismo sería, quizá, respaldar una opción electoral de verdad inesperada, un candidato antisistema que pueda enarbolar la bandera del outsider, algo que nadie en la baraja actual puede realmente hacer, ni siquiera López Obrador, que lleva una vida entera paseando por los pasillos del poder. ¿Se animará el PRD a salir de su órbita típica? Lo dudo.

No es imposible que los tres grandes antagonistas de López Obrador entiendan a tiempo la necesidad de pelear el monopolio de la legitimidad. Lo más probable, sin embargo, es lo contrario: Margarita Zavala no logrará marcar sanas distancias, el PRI nominará al favorito del Presidente y el PRD se diluirá de la mano del señor del pito. De ser así, el candidato antisistema cumplirá su propia profecía.

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