En la historia del crimen, que abunda en reiterados homicidios, no ha dejado de recordarse y de leerse la trama de un asesinato que ocurrió en un oscuro departamento en el cuarto piso de un edificio de San Petersburgo; me refiero al de la usurera Alena Ivanovna a la que ultimó de tres torpes golpes de hacha el antiguo estudiante de Derecho Rodion Romanovitch Raskolnikof como lo escribió Fiodor Dostoievski en Crimen y castigo.

Según una conversación en una taberna de San Petersburgo entre un estudiante y un joven oficial, la usurera Alena Ivanovna podía prestar cinco mil rublos de inmediato, pero no despreciaba las operaciones de un rublo. Tenía una media hermana (de madres diferentes), Alma Lisbeth, a la que hacía trabajar todo el día y toda la noche, que le cocinaba y le lavaba la ropa, que cosía y trapeaba fuera de casa y lo que ganaba se lo entregaba a su media hermana, la cual, en su testamento, sólo le legaba sus muebles ordinarios porque todo su dinero había decidido destinarlo a un monasterio para pagar una serie perpetua de oraciones por el descanso de su alma.

Sin embargo, el que parece el arquetipo literario del usurero procede de una comedia: El mercader de Venecia, uno de cuyos personajes, Shylock, resulta conocido incluso por muchos que no han visto, ni leído y acaso ni siquiera conocen la obra de Shakespeare. Significativamente, cuando pretende justificar su oficio, Shylock no recuerda el Deuteronomio, donde está escrito (23. 19-20): “A tu hermano no le exijas réditos de dinero, ni de comestibles, ni de ninguna otra cosa de que se acostumbre exigir réditos. A un extraño si podrías exigirle réditos; pero no los exijas a tu hermano, para que el Señor Dios te bendiga en todos tus trabajos en esa tierra que vas a ocupar”, sino que sostiene que procedía de Jacob, el cual “había convenido con Labán que le diera en vez de salario todos los corderos que nacieran con manchas en el vellón. A fines de otoño, en el momento de la copulación de los lanudos esposos, el astuto pastor ponía cortezas de ciertos árboles delante de los ojos de las ovejas, que, al concebir entonces, parían, cuando llegaba a su época, corderos de piel manchada, que le pertenecían de derecho. Este ardid le proporcionó grandes ganancias, y Jacob fue bendecido en su lucro, porque el lucro es un don del cielo cuando es legítimo”.

W. M. Merchant recuerda que, a principios del siglo III, Julio Paulo resumió: “la usura, los usureros y la ley relativa a los préstamos se llaman ‘fenebris’, de la palabra ‘fetus’, ya que el dinero prestado da a luz dinero: por la misma razón, los griegos llaman a este proceso ‘tókos´(una palabra que podía tener los distintos significados de ‘nacimiento’, ‘vástagos de animales u hombres’ y –metafóricamente tanto en Platón como en Aristófanes—‘ el interés de un préstamo’)”.

Salvador Elizondo atribuía a la usura la destrucción y la muerte que ocasionó el terremoto de 1985 en lo que se llamaba el Distrito Federal. Naturalmente mencionaba a Ezra Pound y repetía que la lección secreta del Canto XLV “es la de que hay que matar al contador de costos, porque todo lo que se hace para vender sobre la marcha con tal de obtener una ganancia, simple y sencillamente no sirve, salsa, cuadro, estatua, libro, poema, edificio o lo que sea”.

Elizondo empezó a leer a Pound cuando tenía menos de 20 años, nunca dejó de frecuentarlo y consideraba que Pound “no dejó de ser el testigo presencial, cuando no una especie de actor, del drama de una época que ha visto la dislocación, cada vez más violenta, de la continuidad que proponía el liberalismo”. Creía que toda su poesía, más que un presagio de los Cantos, convergía en esa obra que a partir del Canto LXXXV fue rebautizada como Los Cantares, los cuales pueden considerarse “poesía crítica”. Entre otras cosas, sostenía que “Pound ha cantado las grandes gestas de nuestra civilización y de la oriental en los términos en que esas civilizaciones se nos presentan como la expresión de una magna gesta de equilibrio histórico. Llegados a los límites en los que la relación guerra (o hazaña)=hechura no es abordable ya, siento que Pound ha podido discernir el patrón de otras guerras, de otras “gestas” que se desarrollan en planos mucho más turbios que los del combate: en las bolsas de valores, en los bancos contaminados de usura, en las universidades infectadas del desprecio a los clásicos, en las crematísticas de exterminio intelectual y de desprecio al poeta, en las sociedades timoratas que se avergüenzan de rendir el vasto homenaje que los grandes héroes reclaman desde el ámbito de tradición histórica”.

Y la patria se ha reducido a una marca
comercial.

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