De entre sus propias cenizas renace una voz en llamas.

Es una voz que reclama, rebelde, inquieta, insumisa.

Melodía que cicatriza.

Es calor es fuego, es luz.

Las mañas del avestruz no están entre sus costumbres:

Lo suyo es prenderle lumbre a los compases del blues.

Atizada por el viento, toda vida es combustión:

Unas, violenta explosión, otras, flama a fuego lento.

Hay quien empeña su aliento en una vida tranquila y hay quien carga en la mochila la pólvora del deseo.

A ésos los bautizan, creo, con un trago de tequila.

Un ave canta en la rama del blues, el son y el bolero con un acento extranjero que nuestra atención reclama.

Hoy, su canto es una llama, un corazón en combate, tambor que en tresillos late, incendio en tono de LA.

Esa voz no es, ni será llamarada de petate.

Cantar es prenderle fuego al árbol de la memoria, incendiar la propia historia, poner en llamas el ego.

Pero el canto es también juego de palabras que hipnotiza.

Canta el Fénix, exorciza el sufrimiento y el llanto.

Le permite su canto renacer de sus cenizas.

Renacer con José Alfredo, con Lennon y B.B. King.

Volver a encender el swing y echarle un cerillo al miedo.

De Veracruz a Laredo.

From New York to New Orleans nobody knows what it means.

Prender fuego al escenario para renacer a diario como Betsy Pecanins.

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