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Sergio Ramírez, nacido en Masatepe, Nicaragua, en 1942, ha escrito un libro maravilloso: A la mesa con Rubén Darío, publicado en la Ciudad de México en 2016, por Trilce, la Universidad Autónoma de Nuevo León y la Universidad Autónoma de Sinaloa, donde un hombre que ha impulsado decididamente la edición de libros, el Dr. Juan Eulogio Guerra Liera, acaba de ser reelecto como rector hasta 2021. El autor nos cuenta que “la cocina que ha sido declarada la décima musa… preside los deleites del gusto”, además de la historia de gourmet del poeta padre del modernismo, que era gran aficionado a los placeres del buen comer y del mejor beber.
Uno de los sueños de Rubén Darío era conocer París, hasta que en 1893 lo consigue y, aparte de Verlaine, con quien se encuentra una noche de “paraíso artificial”, y los numerosos artistas que le han dado tanta fama, topa con los cafés, la comida y el vino: “La morcilla estupenda para entrar al horno; los faisanes de oro y las langostas de coral y los pescados de plata aguardando su principal momento”, escribe el poeta, en una de las ciudades del mundo donde la mitad de la población no duerme de noche, y que ha impuesto al mundo un concepto de vida. ¿Sabía usted que Alejandro Dumas era un excelente cocinero? Pues en este libro de Sergio, lo pueden ver entre los fogones; Rubén Darío expresa: “El viejo Dumas es sabido que hacía tan bien un plato como un capítulo de sus novelas.” Nos cuenta, además, que “el primero en abrir un restaurante de gran cocina en París” se llamaba Beauvilliers y que Dom Perignon inventó la champaña, algo que Rubén Darío adoraba como digestivo y James Bond como distinción. Y bueno, restaurant, una palabra que se usa en casi todo el mundo, es un galicismo.
Rubén Darío bebía con placer vino, champagne, cognac, ajenjo, cerveza y sobre todo whiskey con soda; le temía un poco al “demonio verde”, pero su “W.S” era la alfombra para sus mejores vuelos. De su aprecio al vino escribió: “El vino tinto es el buen compañero viejo, reconfortante, jovial, caballero francés de nobleza roja.” Y también le gustaba comer, eligió una mujer, Francisca Sánchez, que tenía el don de cocinar a su gusto, para lo que se vio obligada a dominar tradiciones culinarias como la francesa, la española y la nicaragüense que era la que despertaba los recuerdos más puros del poeta que firmó: “Tus labios escarlata de púrpura maldita/ sorbían el champaña del fino baccarat…” Después, seguro algo se desbordó en la dama que la señaló como una “flor de histeria”. Todos saben que el alcohol tiene dos caminos extremos, pero no hay quien perciba en qué recodo se extravía la brújula. Uno conduce a la estupidez y el otro a la lujuria, según nuestro poeta mayor.
El libro es una belleza, está lleno de grabados y fotos; las recetas, esa parte íntima de las mejores cocinas, son de lo más interesantes. La del ajiaco cubano es reveladora, se emplea vaca, puerco, gallina, ajos, cebolla, plátanos verdes, yuca, boniato, maíz tierno, chayote, calabaza, malanga, ñame y especias. Por supuesto que la receta es un poema y se nota que es un platillo delicioso. En mi casa se cocina una versión sinaloense del ajiaco colombiano, que también es muy rico, pero ya estamos pensando en cocinar esta aportación de Darío. La sección de las recetas es amplia e ingeniosa, encontrarán albóndigas, palabra que “viene del árabe hispano albunduga, ‘nuez’, y es una de las herencias de la cocina andaluza en América Latina.” El autor nos cuenta cómo son en Nicaragua y son similares a las mexicanas. Aparece el Puchero Canario, una comida fuerte a base de carne de res y puerco, morcilla, chorizos y garbanzos, que el poeta Juan Carlos de Sancho, obsesivo lector de Darío, cocina muy sabroso.
Ensaladas, aves, pescados y mariscos, caza y otros símiles, carnes, cerdo y sus derivados como la butifarra y los salchichones de vich, los frijoles fritos y el requesón; postres como Gàteau au chocolat y polvorones de estepa y laujar completan este apartado. Si se han preguntado por qué el poeta engordó tanto al final de su vida, cuando la cirrosis lo atenazaba, aquí tienen la respuesta; y si también quieren saber por qué Tulita cuida tanto a Sergio a la hora de comer, también sabrán por qué. Los grandes influyen también con sus costumbres, no digan que no. Total, el libro es una joya, no sólo por la manera tan fina en que el autor presenta esta parte de la personalidad del poeta, sino por la manera en que induce a ir a la cocina y a la pequeña cava. Salud, amigas y amigos.