Texto: Magalli Delgadillo
Foto actual de la fachada del convento: Salvador Corona
Fotos actuales del interior del convento: Magalli Delgadillo

¡Los encontraron! Un grupo de revolucionarios hallaron 12 cuerpos momificados; algunas personas cuentan que eran 13. Cuando los soldados de “El Atila del Sur” llegaron a ocupar este recinto en 1919, levantaron la pesada cubierta del sepulcro porque buscaban un tesoro y lo que descubrieron fueron 12 cadáveres momificados de personajes no identificados que estuvieron bajo el Colegio de San Ángel Mártir, actualmente, Museo del Carmen — en el barrio de San Ángel. Se trataba de cuatro mujeres, dos religiosos y seis hombres, quienes fueron sepultados ahí hace casi 230 años.

Estas momias son exhibidas, donde habitó la Orden de Carmelitas Descalzos. Sin embargo, sólo 11 restos humanos son los que se pueden ver, porque uno se encuentra en mantenimiento y el número 13… es un misterio.

¿Qué ocurrió con esta momia? Algunas personas cuentan que se trataba de una mujer embarazada o una madre con su bebé, pero nadie sabe si alguna vez se encontró en ese lugar, si desapareció o si nunca existió.


Imagen publicitaria de los años 40, en la que aparece una de las momias. Aunque en la actualidad no se encuentran a la intemperie recargadas en los muros

Sólo se conocen leyendas sobre uno de los cuerpos que porta un vestido blanco. Existen dos versiones: la primera habla sobre una monja o una mujer, quien murió virgen y por eso la vistieron de blanco (color representante de la pureza); la segunda, cuenta la historia de una pareja de enamorados, quienes no pudieron ser felices. Esta leyenda es conocida como la de la Casa Blanca.

Esta historia comenzó con el amor a primera vista. Giomar quedó prendada de un apuesto hombre llamado Lope. Comenzaron a frecuentarse. Por las noches un tintineo, producido por el choque de la espada de Lope con los barrotes del balcón, anunciaba su llegada. Ella salió como de costumbre a recibir a su amado. Esa noche fue la última vez que se vieron, pues el militar viajaría a Perú.

Lope prometió a la joven su pronto regreso para casarse con ella, pero esto ocurrió mucho tiempo después. Un día, el caballero decidió volver por Giomar: se plantó frente al balcón alumbrado por la luz de velas, desenvainó su espada y golpeó los barrotes para producir el peculiar sonido.Esa noche, lo recibió una mujer con un atuendo nupcial. Murió al ver que se trataba de un esqueleto. Ahora ambos penan en las calles de San Ángel.


La primera fotografía muestra el pasillo que conduce a la habitación, donde sepultaban a religiosos o benefactores de la iglesia; mientras que la segunda, se trata de la supuesta novia que murió esperando a su amado Lope

Este barrio, donde se ubica este museo, antes de ser llamado San Ángel,  en el siglo XVII la zona fue nombrada por los dominicos como San Jacinto Tenanitla —que significa “junto a la muralla de piedra”— y después, con la llegada de los carmelitas, cambió a San Alberto.

El 29 de junio de 1615, el arquitecto Fray Andrés de San Miguel, creador del diseño del Convento del Santo Desierto de Cuajimalpa, comenzó la realización del colegio. Allí los jóvenes fieles estudiaron teología.

En 1861 las Leyes de Reforma eran oficiales y el Estado tomó posesión de los bienes eclesiásticos; por lo cual, los frailes abandonaron el monasterio. Posteriormente, el edificio fue tomado por un grupo de revolucionarios.

Además, se encontraron en buenas condiciones porque este ex convento de los carmelitas fue un sitio ideal para su conservación. ¿Por qué? La erupción producida por el volcán Xitle, provocaron la formación de zonas rocosas y la riqueza de sales y minerales en la tierra. Esto permitió la deshidratación natural de los cuerpos.

Además, esta edificación fue diseñada para que los habitantes pudieran llevar a cabo los votos de silencio, clausura, castidad, humildad; incluso, los servicios funerarios. Por ello, enterraban a sus hermanos de fe en el monasterio y, cada siete años, los huesos de los frailes o benefactores sepultados eran trasladados en cajas al “Osario”, cuenta la guía del Museo del Carmen. Al ser abandonado, esta tarea ya no se realizó y algunos restos humanos se momificaron.

Tras el hallazgo, un fraile quiso darles sepultura a los restos actualmente exhibidos, pero los habitantes de la zona no estuvieron de acuerdo y decidieron resguardarlos.

Las instalaciones de este convento fueron ocupadas por particulares y el gobierno. Las partes custodiadas por las autoridades se convirtieron en cárcel municipal, cuartel de gendarmería y juzgado menor, aunque conservaron algunas habitaciones por respeto a la religión. En 1921, un fragmento pasó a manos de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y ocho años después, se fundó el Museo del Carmen. Ahora pertenece al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

En el convento sepultaron también a Juan Ortega y Valdivia, un sargento quien donó recursos a los carmelitas y la iglesia, a cambio de una promesa: debían enterrar al hombre y a su familia, cuando murieran, debajo del atrio principal y los carmelitas rezarían para que pudieran alcanzar un lugar cerca de Dios.


Cada vez que los fieles bajaban para lavarse los pies y manos, tenían algunos versículos bíblicos que les recordaba que deberían de mantenerse puros

Pareciera que lo único que se respirara en este lugar es muerte, un concepto siempre presente entre nosotros y que tiene un significado particular entre los mexicanos. Según Octavio Paz en El laberinto de la soledad, “(…) la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente”.

No sólo en México existe una visión de mitificación sobre este acontecimiento tan temido después de la “vida”. Hay una teoría en la cual, de alguna manera, se santificaba: se menciona que los árabes introdujeron la palabra mumiya (betún para embalsamar cadáveres) y utilizaban el polvo de momia como remedio para aliviar la tuberculosis, fracturas, dolores de cabeza y garganta.

Sin embargo, pareciera que este rumor se distorsionó, recorrió el mundo entero y llegó a México. Por eso se cree que, en el siglo XIX, algunas culturas usaban el polvo de momia para rejuvenecer —pero no hay pruebas contundentes que respalden esto—, una asistente de Difusión Cultural en el Museo del Carmen.

El convento no sólo resguarda la historia de un pueblo entero, sino de la arquitectura carmelita: las puertas y ventanas de madera se abren para recibir a los visitantes; cuatro pasillos dejan a la imaginación cómo los frailes caminaban para rezar alrededor la fuente en forma de flor; los grandes arcos dan la bienvenida a los visitantes y las decoraciones azules en las grandes paredes dan un toque de elegancia.

La foto principal muestra cuatro de los 12 cuerpos en ataúdes de madera, ubicados debajo del atrio principal.
Foto antigua de la fachada del convento y de la momia de pie: Colección Carlos Villasana-Torres.
Fuente: Museo del Carmen. Paz, Octavio, El laberinto de la soledad (1959), México, Fondo de Cultura Económica, 191 pp. Fondo de Cultura Económica: https://www.fondodeculturaeconomica.com/editorial/prensa/Detalle.aspx?id_desplegado=53486, 9 de marzo de 2016, 9:38 p.m.

Google News

Noticias según tus intereses