El silencio ensordecedor que ha disfrutado el Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) en México no ha sido correspondido en Estados Unidos, donde se ha convertido en uno de los focos centrales de la campaña presidencial. Ambos candidatos han declarado públicamente su oposición al acuerdo comercial intercontinental que abarca una docena de países en las Américas y en la región Asia-Pacífico, que en conjunto representan un 40% del comercio mundial.

México, como parte de esos 12 países, enfrenta la posibilidad de una transformación económica sin precedentes si el acuerdo llegara a entrar en vigor.

¿Por qué es un peligro para nuestros intereses económicos nacionales?

La crítica del acuerdo no es una cuestión de izquierdas ni está basada en una fe ciega en el proteccionismo. Al contrario, se basa en una comprensión de la política industrial, la historia de pasados acuerdos económicos que casi universalmente dejan incumplidas sus promesas y el nuevo orden económico que lentamente está surgiendo a raíz del gradual declive de Occidente (particularmente Europa) y el ascenso del Oriente, primero bajo el liderazgo nipón y ahora el chino.

El TPP es dañino para México porque limita nuestra oportunidad de seguir una política industrial inspirada en el modelo de planeación a largo plazo exitosamente implementado por toda nación económicamente avanzada y nos condena a andar el camino de las políticas económicas equivocadas que hemos seguido en las últimas tres décadas. La versión actual del TPP no permitirá el uso de política comercial para proteger a industrias embriónicas de competencia externa de empresas maduras. Políticas industriales que presionen a los inversionistas extranjeros a conectar su cadena de suministro con la economía doméstica (comprando partes a productores mexicanos) y permitan la transferencia de tecnologías ya no será posible, a pesar de que tales políticas forman un pilar indispensable de cualquier esfuerzo industrializador.

En la década de los 2000, veíamos a China como una latente amenaza económica para nuestro sector manufacturero. Más de una década después, es muy reconocido que el desarrollo económico de China (logrado por medio de una agresiva pero exitosa política industrial) ha superado el nuestro y si los impulsores del TPP consiguen implementarlo, ahora competiremos con Vietnam y Malasia —naciones que hace décadas aventajábamos ampliamente. A este ritmo, no sería sorprendente encontrarnos en una posición en 2030 donde estemos compitiendo con Camboya o Bangladesh.

La economía mexicana se encuentra estancada a pesar de los claros incrementos en la productividad del trabajador y la calidad de su obra, como muestra la robusta industria automotriz. A pesar de este incremento en productividad, los trabajadores se encuentran en una trampa de bajos salarios que probablemente será prolongada por el TPP.

Los bajos salarios a su vez afectan negativamente el poder adquisitivo de la familia mexicana, dañando a las empresas locales y una gran parte del sector de servicios. Esta disminución de los salarios vino acompañada de bajos estándares en la cuestión de derechos laborales, a pesar de las afirmaciones que en 1994 se hicieron prometiendo que el TLCAN mejoraría las condiciones de trabajo.

Hoy en día el TPP hace las mismas promesas vacías, con la diferencia de que ahora habrá más jugadores en el bloque comercial dispuestos a tener estándares aún más bajos que los nuestros —principalmente hablamos de Vietnam, pero quizás también de Malasia y Perú.

Con esta nueva competencia surge una amenaza peor que la perpetuidad de bajos salarios: la desindustrialización. La reubicación de la industria manufacturera hacia regiones con normas más flexibles y menores costos labores es un fenómeno natural en la economía mundial y México hasta ahora se ha beneficiado de ello, ya que muchos puestos de trabajo en el sector automotriz alguna vez estaban en Michigan.

Con el TPP, México corre el riesgo de convertirse en uno de los primeros países en vías de desarrollo desindustrializado, si la industria de manufactura se marcha en búsqueda de estándares y salarios aún más bajos que los mexicanos. Las posibles ramificaciones sociales y políticas de la repentina aparición de un Rust Belt mexicano y la pérdida de miles de empleos en un contexto económico ya bastante anémico deberían alarmar a la ciudadanía, a la clase empresarial y al Estado.

Economista de la Universidad
de California en Berkeley

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