El artículo 6º de la Constitución, y otras normas jurídicas contenidas en diversos tratados internacionales, establecen la libertad de toda persona de pensar libremente y expresar sus opiniones, con los límites que establece la propia Constitución. No obstante, la libertad de expresión tiene otro límite “natural” que no ha sido explorado: el “derecho a no escuchar algo”.

No, no planteamos que una persona tenga derecho a callar a nadie, sino la posibilidad de elegir qué escuchar. Tenemos derecho a decir lo que queremos y a que no se nos obligue a escuchar. Así de simple. Entender esta dimensión de la libertad de expresión resulta más necesario cuando se quiere entablar comunicación con una persona que tiene una condición del espectro autista.

Las personas con alguna condición del espectro autista contamos con una cantidad limitada y reducida de intereses específicos y de capacidad de concentración, por lo que tenemos dificultades para escuchar largas conversaciones, sobre todo cuando se trata de temas que no son de nuestro interés.

El imponernos la "obligación" de escuchar algo que no atrae nuestro interés, por un determinado tiempo, sobre todo, cuando es extenso, traspasa un límite a la libertad de expresión, que no tiene que ver con los contenidos de lo que se expresa, sino con el ejercicio mismo de la expresión de ideas.

Así como la libertad de trabajo, consagrada en el artículo 5º de nuestra Constitución, ha sido interpretada tanto en sentido positivo, como libertad de elegir un trabajo, y en sentido negativo, como libertad de “ocio”, (o el derecho a no ser obligado a trabajar), la libertad de expresión en sentido positivo implica el derecho a decir lo que quieras, y en sentido negativo, mi derecho a no ser obligado a escuchar.

Sí, insisto, tenemos el derecho de expresar lo que deseemos, pero no estamos obligados a escuchar. Imponernos esa obligación, aunque sea por mera atención, no solo es “robar” el tiempo, sino que puede implicar una afectación a la salud y estabilidad por un exceso de “estímulos externos”.

Las personas con una hipersensibilidad auditiva y que, como yo, son asperger, preferimos la comunicación escrita pues limita menos nuestras opciones. Hay personas que odian mensajear, les cuesta trabajo o les “da flojera” escribir. A algunos nos molesta recibir llamadas telefónicas. ¡Gracias Whatsapp por existir! Asimismo, cuando estamos a punto de alcanzar una etapa de crisis por exceso de estímulos externos y decidimos usar tapones de oídos (de esos que se usan para nadar, y que traemos todos los días a la mano) las personas se molestan, se sienten ofendidas, o hay quien de plano le importa poco y sigue hablando extensamente como si nada.

Pocas personas se ponen a pensar si su interlocutor está en la disposición de escuchar y conocer el mensaje que quieren transmitir. Esa misma razón, aplicada en sentido inverso en los procesos de comunicación, hace a las personas con alguna condición de autismo ser concretas y breves en los mensajes que emiten verbalmente. Al menos, si bien tenemos derecho a decir lo que queramos, ¡no tenemos derecho aburrir a los demás con nuestras ideas!

Flor de loto: En general, las personas suelen decir lo que piensan, sin importarles si los demás desean escucharlas.

Magistrado presidente del TEDF

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