Cuando el presidente Obama recibía el Premio Nobel de la Paz en Oslo en 2009, su Estado Mayor de Defensa había dispuesto enviar más tropas a Afganistán, contraviniendo sus promesas de campaña de retirarlas gradualmente. Nunca cejó en encontrar hasta por debajo de las piedras a Osama Bin Laden. De hecho, presenció en tiempo real su ejecución en Paquistán desde su búnker de guerra en Washington.
¿Qué tienen en común estas dos acciones de guerra? La respuesta es muy sencilla: son razones de Estado para garantizar la Seguridad Nacional. Quien sea que ocupe la Casa Blanca, demócrata o republicano, debe acatar, respetar y asumir la defensa y la consecución de los intereses nacionales de este país.
La política de seguridad y defensa está por encima de la personalidad o intereses particulares de quien dirige los destinos de la nación. En esta materia podríamos presenciar con Donald Trump algunos énfasis que lo diferenciarán de su predecesor. Sus promesas giraron en torno al uso de la fuerza militar frente a las amenazas, el replanteamiento de las alianzas e incluso una visión aislacionista.
Sin embargo, los retos frente a su principales enemigos en el escenario internacional lo obligarán a moderar o medir las consecuencias de esos compromisos, particularmente en relación con la OTAN. Si bien, probablemente su ánimo de replantear los costos y las cargas de defender el mundo occidental sea revalorado, lo que preocupa a sus socios europeos.
Para el presidente electo, la principal amenaza es el terrorismo islámico, por lo que ha sido enfático en declararle la guerra. A partir de esto, en su plan sobre política exterior y combate del Estado Islámico, Trump ha planteado como prioridad hacer todavía más poderosas a sus Fuerzas Armadas. Propone trabajar con el Congreso para: fortalecer el gasto de defensa y mejorar las capacidades militares; incrementar el número de tropas, desarrollar un sistema de defensa antimisiles frente a Irán y Corea del Norte. También pretende mejorar las capacidades de inteligencia, ciberseguridad y ciberdefensa (ciberguerra para él). Su perspectiva incluye un Comité sobre el Islam Radical para identificar a los “lobos solitarios” y a las redes terroristas. Por eso, pone atención en los recursos cibernéticos e insiste en la importancia de una coalición militar con apoyo de sus aliados en Medio Oriente (particularmente los sauditas). En otras palabras, no hay un cambio en la amenaza: el terrorismo. Lo que hay es un énfasis en el uso de la fuerza frente a éste. (Trump, Make America Great Again, 2016)
Trump no será el nuevo policía del mundo, pero sí le imprimirá su sello, sobre la base de revisar sus apoyos a las tareas de reconstrucción post conflicto (nation building) y de los apoyos que da a sus aliados para combatir una amenaza común. El nuevo presidente tenderá a ser selectivo para comprometer sus capacidades militares para una acción que abone a su compromiso de mantener la estabilidad a su favor, y luego entonces la estabilidad internacional, independientemente del escenario en el que se involucre. De ahí que el Estado Islámico se sitúe como el principal enemigo y que sus capacidades de ciberguerra estén en máxima alerta, dados los recursos de radicalización y movilización que el EI ha desarrollado a través del uso de las redes digitales para asestar golpes certeros y convertir a ciudadanos americanos en combatientes. Ante las campañas de escándalo que acompañaron su triunfo, el público en general no se enteró de temas serios que están en el plan de gobierno del que será el próximo habitante de la Casa Blanca.
Académico de la UNAM
@AChanonaB
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