“Para la libertad, sangro, lucho, pervivo”

Miguel Hernández

Solemos nombrar nuestras aspiraciones. La libertad ha sido una de ellas y cuanto más se la invoca más lejana parece: un lugar al cual llegar, un horizonte, un espacio, una vocación incluso. No es casual que a cada intento por ejercerla surjan formas de control, sutiles o manifiestas.

Las variantes de la censura van del sermón a la ley y circulan tanto por los medios de difusión, que son a un tiempo controladores controlados, la familia, la plaza y, por supuesto, la escuela. ¿Quiénes, cómo y por qué pueden decidir lo que es apropiado difundir de lo que no lo es? Desde los primeros atisbos de la escritura a la vorágine tecnológica actual, ha habido patrones dominantes sobre temas y formatos y se ha volcado sobre éstos cualquier cantidad de limitantes, con la producción secuencial de filias y fobias respecto a los mensajes. Es decir, se le ha quitado al consumidor la mínima libertad de decidir por su cuenta y, como en el pensamiento primitivo, se le da su baraja mediática de demonios y dioses: aparentemente puede elegir de entre las elecciones predeterminadas. No hay opción en tanto tal pero lo parece: filmes, canales, estaciones, impresos, espacios…Casi todo, con excepción de las voces que se instalan con cierta espontaneidad y frescura en las redes sociodigitales, a las cuales se puede amonestar pero no controlar con la eficacia y eficiencia aplicada a los medios masivos.

¿Cuál es el fondo del abominable suceso en la escuela de Nuevo León? Si se le ve de forma aislada es un crimen, sin embargo, hay un proceso implícito mucho más allá de apretar el gatillo: la creciente descomposición social, la devaluación de la vida, la grave y creciente ligereza en lo que somos y en lo que hacemos, en fin, la evidente inmadurez emocional y la ausencia de un proyecto de comunidad, de otredad.

¿Qué habría pasado si se hubiesen registrado y difuminado los crímenes de Ayotzinapa y Tlataya, los feminicidios, las desapariciones y/o los incesantes actos de la corrupción nuestra de cada día? ¿Sería mayor el hartazgo? No lo sé. En medio de tanta bruma sólo alcanzo a comprender que la opacidad y el ocultamiento nos evitan confrontarnos con el México sangriento al que hemos llegado y que la pedagogía dolorosa, enmarcada en la difusión de determinados hechos, también puede desencadenar flujos de reflexión y acción social para quitarnos el estigma de minusvalía mental con el que se nos etiqueta y se nos protege por nuestro propio bien o, como establece de forma piadosa una cadena de noticias: por respeto

Le apuesto a la vida en todas sus posibilidades. Por ello creo que levantar un muro a la libre circulación y elección de las ideas es más un intento de control basado en el prejuicio y en la doble moral. Somos lo que hacemos con lo que decimos: partículas en ondas, sujetos en procesos.

Académico e investigador de la FES Acatlán UNAM

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