La semana pasada me hice en este generoso espacio de EL UNIVERSAL, una pregunta respecto a nuestra cultura política: ¿Cómo pudo ser que las elecciones se desarrollaran con normalidad siendo que el país parecía incendiado apenas unas horas antes y todo indicaba que habría enorme peligro para que ese proceso se llevara a cabo?

La respuesta a esa duda me la dieron los estudios que ha hecho Silvia Marina Arrom sobre diversos movimientos sociales en la historia de México, que sacan a la luz la actitud reiterada, tanto de nuestros gobernantes como de los grupos organizados que se les enfrentan, la cual se puede rastrear hasta muchos siglos atrás, y que consiste en enfrentar los conflictos sociales buscando siempre la negociación, entendida esta, ya sabemos, como repartir dinero y ofrecer beneficios y prebendas a los rijosos.

Pero la lectura de una espléndida reseña de César Antonio Molina a la novela más reciente de Umberto Eco, llamada Número cero, me hizo completar el panorama. Porque Eco pone sobre la mesa la relación entre periodismo y política, y afirma que los medios de comunicación tienen una enorme responsabilidad en nuestra manera de ver las cosas. Y ello se debe a que no son libres, independientes, íntegros, e incorruptibles, como quisiéramos o creemos que deben ser, sino a que tienen sus propias agendas y a la hora de crear opinión pública participan de los mismos males que tanto daño nos han hecho: “Mentiras, silencios, complicidades… las noticias e informaciones transformadas en chantajes, extorsiones, rumores, comunicados interesados, insinuaciones, sombras sobre personas honorables”.

Aplicando esta idea a México, podemos preguntarnos si los medios hicieron que pareciera que el país se estaba viniendo abajo, y que pareciera también que todos los ciudadanos sentíamos lo mismo: “Desconfianza del Estado, de los partidos políticos, de los jueces, de las Fuerzas Armadas, de los empresarios y banqueros, de los intelectuales y de las instituciones incluida buena parte de la Iglesia católica”, y consiguieron también que dudáramos de todo, que nos sintiéramos solos, abandonados, inseguros, desamparados, y “esquilmados por los impuestos que son nuestro único cordón umbilical con el Estado”.

En otras palabras, que los medios mostraron una cara del país que siendo parcial, a fuer de machacarla, hizo que los ciudadanos acabáramos creyendo que era la verdadera y además la completa cara de la realidad. Y de allí que cuando el proceso electoral se desarrolló de manera por así decirlo normal, muchos no entendimos cómo se había producido el cambio del apocalipsis a la vuelta de la esquina que nos habían asegurado a la tranquila realización de las elecciones.

Molina-Eco llegan tan lejos hasta preguntarse: “¿Qué sucede cuando no son las noticias las que hacen el periódico (o el noticiero), sino éste el que crea las noticias según sus propios intereses?”

Una pregunta espeluznante ciertamente, pero de cuya respuesta sin embargo parecería no caber duda en el caso de varios sucesos sociales recientes en México, no solamente de las elecciones, sino por ejemplo, de los enfrentamientos entre delincuentes y militares o de las inconformidades de los maestros con la reforma educativa, por sólo mencionar dos.

Pero más espeluznante aún, es darse cuenta de que esta manera de funcionar de esos poderes a partir de sus agendas propias (sea vender más, sea ejercer presiones políticas), puede terminar por ser responsable del fin de la democracia gracias a la cual han podido actuar de esta manera. Porque, paradójicamente, no sería la falta de libertad de expresión y de manifestación, sino precisamente lo contrario, su mal ejercicio, lo que puede terminar con esta democracia que mal que bien tenemos en el país, ya que se las está usando para azuzar y asustar y no para conocer la verdad. Y eso se nos va a revertir a todos.

Escritora e investigadora en la UNAM
sarasef@prodigy.net.mx

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