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La aparatosa caída del cadete del Heroico Colegio Militar Carlos Alberto Fernández Cruz, durante la ceremonia de aniversario de la Marcha de la Lealtad, que presidió el presidente Peña Nieto en el Castillo de Chapultepec el pasado 10 de febrero, es una vergonzosa metáfora de aquello en lo que nos hemos convertido los mexicanos: una sociedad sin valores, vacía de humanismo, donde cada quien solo ve para sus intereses y en la que todo lo “bueno” solo pasa en los discursos, que no tienen nada que ver con la realidad.
Porque eso fue lo que vimos: mientras unas mujeres recitaban de manera engolada un poema engolado, y el mandatario de la nación, acompañado por funcionarios e invitados especiales que siempre le aplauden, echaba solemne discurso sobre qué bonita es la lealtad y cuánto a él le importan México y los mexicanos, un cadete, de esos a los que obligan a estar parados inmóviles durante horas bajo el sol, cayó desmayado frente a personas y cámaras.
Y absolutamente nadie hizo absolutamente nada por ayudarlo.
Ninguno de sus compañeros, que se dieron perfectamente cuenta de lo que pasó, movió un músculo para auxiliarlo. Tampoco el fotógrafo a cuyo lado cayó ni los invitados que presenciaron el hecho.
Que los protocolos lo prohíben dicen, pero ¿quién hizo esos protocolos en los cuales lo importante es mantenerse como si nada pasara aún si delante de uno un ser humano cae estrepitosamente? ¿No nos endilgan una y otra vez el discurso de que la grandeza de los mexicanos es que somos solidarios y nos ayudamos los unos a los otros y los otros a los unos?
Me da vergüenza. Como ser humano y como mexicana.
Pero lo que me dio más vergüenza, fue la reacción del Presidente. Él siguió con la ceremonia como si nada y peor aun, fue capaz de decir que caer sin meter las manos era señal de valor y que si el cadete hubiera metido las manos para protegerse, habría caído sin honor. Esa tontería no tiene nombre.
Considerar que caer de ese modo es tener honor y que el honor es más importante que el cuidado de sí mismo, considerar que es más importante seguir con su ceremonia y su discurso, todo eso me excede.
Como digo, esas reacciones constituyen una metáfora de lo que sucede en el país, en el que nadie ayuda y nadie mete las manos por nadie y encima eso se considera normal; en el que hemos perdido todos los valores, pero eso sí, hablamos mucho del honor y la lealtad y la solidaridad y de qué importantes son los ciudadanos y en especial los jóvenes y más en especial los soldados que le sirven a la Patria.
¿No es el cadete lastimado un joven de esos a los que tanto gusta considerar que son lo mejor de la nación, un soldado de esos a los que tanto gusta alabar y agradecer en nombre de todos los mexicanos, un ciudadano de esos a los que tanto prometen cuidarnos y velar por nosotros?
Este es el diagnóstico sobre Carlos Alberto Fernández Cruz, emitido por el hospital militar al que lo trasladaron en una camilla sobre la que, por cierto, también iba tan perfectamente firme que uno se pregunta si estaba vivo:
“Traumatismo craneoencefálico leve, esguince cervical grado 1, fractura bilateral de cóndilos mandibulares, fracturas múltiples, herida por contusión de aproximadamente 2 centímetros en región submentoniana. Pronóstico bueno para la vida y reservado para la función masticatoria y de fonación”.
Cuando Napoleón peleó contra los ejércitos del Zar, a los militares rusos les sorprendió que los franceses trataban bien a sus soldados, mientras que ellos, acostumbrados a que eran siervos, los maltrataban. Los estudiosos del tema afirman que los rusos fueron derrotados por la manera de tratar a sus soldados.
En un país que se pretende democrático y respetuoso de los derechos humanos, lo más importante deberían ser los seres humanos, aunque ayudarlos interrumpa una ceremonia y un discurso y se salga de los protocolos.
Escritora e investigadora en la UNAM
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com