Más allá de la situación global, del contexto nacional y de los retos y oportunidades que tiene frente a sí la Universidad Nacional Autónoma de México, la relevancia de reflexionar sobre el concepto mismo de la autonomía mantiene su pertinencia y trascendencia pues, como pensaba el filósofo y jurista E. García Maynez, en ella está la esencia misma de la Universidad. Pensarla nos da la oportunidad de replantearnos los fines y las tareas sustantivas universitarias en aras de fortalecer a la institución.

En el espacio universitario la autonomía ampara la libertad de decisión, movimiento, pensamiento y expresión en el ámbito de la docencia, la investigación, la divulgación del conocimiento y de la administración interna, pero también implica la soberanía para regular y dirigir las relaciones que la Universidad mantiene con el mundo externo (e.g. gobierno, sociedad y sector privado). Lo que la Universidad dirime desde su autonomía y en torno a ella no es cuestión menor ni cosa sencilla pues ésta es el sustento que le posibilita la consecución de sus fines: contribuir al desarrollo humano, coadyuvar a la solución de las problemáticas sociales en beneficio de las mayorías, y ser la fuente que alimente e impulse al proceso civilizatorio de nuestro país.

La autonomía es también el elemento primordial desde donde la generación y transmisión del conocimiento se nutren y desarrollan plenamente. Pensemos tan solo en que si las investigaciones y productos que se generan desde la ciencia básica, las humanidades y las artes —siempre inciertos en los usos prácticos en los que pueden derivar— estuvieran conminados a tener una aplicación útil inmediata, entonces muchos de los avances históricos más importantes de la ciencia y la cultura no habrían tenido lugar.

En este sentido, la autonomía presupone el reconocimiento de que el motivo primordial de la búsqueda de nuevos conocimientos es la necesidad de comprender cada vez mejor el mundo que nos rodea, de profundizar la comprensión que tenemos de nosotros mismos y de continuar perfeccionando ese proyecto al que llamamos humanidad y desde donde hemos de lograr construir una sociedad cada vez más justa, equitativa, democrática, libre, sustentable y solidaria. Desde aquí se entiende que los intentos por poner al servicio de fines y valores instrumentales al conocimiento, los desarrollos y las innovaciones hechas desde la academia, sin una perspectiva social y un compromiso ético, son contradictorios a la esencia de la Universidad pública.

Todo esto presupone una filosofía educativa que postula un modelo de enseñanza integral donde el saber técnico va acompañado por una formación en los más altos valores humanistas. Al ser autónoma la Universidad también contrae la obligación de rendir cuentas y ejercer el compromiso con la sociedad que le da razón de ser; de emplear los recursos que le aporta la nación de forma eficiente y transparente, y de alcanzar y mantener siempre la calidad en el desarrollo y cumplimiento de sus tareas.

Nuestra mejor herramienta para romper el círculo vicioso y hacer frente a la grave crisis estructural que nos aqueja como nación está en la educación pública, gratuita y laica. Por ello, como universitarios debemos proteger la autonomía de la Universidad desde todas las tareas que realizamos siendo probos, íntegros y ejemplares en nuestras diversas actividades, y cerrando filas para reafirmar su irrenunciable causa de compromiso social y vocación de servicio.

Para el filósofo N. Bobbio el laicismo entendido ampliamente es el principio de la autonomía universal aplicable a toda actividad humana legítima, lo que incluye a la ciencia y, en general, a la esfera del saber, frente a las influencias extrañas y deformadoras de las ideologías políticas y de los prejuicios de todo tipo. Los principios de laicidad y autonomía, así como el proyecto de nuestra Universidad presente, son herederos del proyecto liberal y de sus ideales republicanos respetuosos y orgullosos de la diversidad y la pluralidad social.

Es preciso recordar y abanderar siempre los principios que le dan fundamento a nuestra Universidad Nacional, aquellos que la hacen un baluarte de la educación pública, laica, gratuita y de calidad como un derecho del pueblo mexicano; el epicentro desde donde la ciencia, la cultura, las artes y las humanidades pueden ser los dispositivos fundamentales para lograr el desarrollo justo y sustentable de México; el lugar donde la docencia, la investigación, la cultura, el estudio y la fuerza de nuestra juventud dialogan y se enriquecen mutuamente; una voz y una comunidad que promueven el respeto absoluto a los derechos humanos como fundamento y objetivo de las instituciones sociales y, ante todo, reafirmarse como la conciencia crítica, la reserva moral y la suma de voluntades progresistas, plurales y diversas, que no descansan en la construcción de la nación con la que soñamos y que no es otra sino la que nuestra historia, nuestra cultura y nuestro pueblo demandan.

Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM

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