La primera visita del papa Francisco está atravesada por distintas expectativas, que no necesariamente coinciden, y que parecen estar enfrentadas. Para la Iglesia católica, México representa una importante pieza en la geopolítica vaticana: es el país más católico de Latinoamérica, en un continente que de manera veloz está modificando su adhesión católica hacia nuevos cristianismos de tipo evangélico. Esto quiere decir que es el bastión más importante del catolicismo en un mapamundi de reconfiguraciones religiosas.

Las imágenes de fervor y alta emotividad que de seguro serán mostradas al mundo entero durante la visita papal, contribuirán a confirmar el carisma de Francisco y la vigencia de la catolicidad, ideas que serán apuntaladas con la proyección de imágenes que encuadran las manifestaciones de emotividad y fidelidad del pueblo mexicano. Pero aun cuando está garantizada la parafernalia del “México siempre fiel”, inmortalizada por Televisa desde la primera visita pastoral de Juan Pablo II, en esta ocasión no es seguro que, como en las visitas papales previas, su paso por México contribuya a limpiar la imagen del gobierno federal, afectada por una crisis de popularidad.

Una de las expectativas que se espera en esta visita es que se muestre la imagen de un Papa mensajero de la paz y la misericordia, imagen que sería inmortalizada por las primeras secuencias de Francisco llegando a tierras mexicanas, repitiendo la fórmula ya probada de la estampa de un Papa postrado como niño indefenso bajo la mirada maternal de la Virgen de Guadalupe. Además, la televisión aprovechará para mostrar en horario estelar a Bergoglio en el papel protagónico del “más mexicano de los papas”, dejándose coronar con un sombrero de charro, acentuando su ya ganada fama del Papa pop tomando un trago de tequila (aunque ya aclaró que no lo hará) y entonando a coro la nueva canción que le ha dedicado Juan Gabriel. En esta expectativa, también veremos seguramente los montajes de espontaneidad de un niño indígena o una madre marginada que, sin importar vallas y operativos de seguridad, se aproximan al Papa y son recibidos por él con un tierno abrazo. Todas estas tomas prêt-à-porter sin duda aceitarán el carisma popular del Papa, como una estrella más de la televisión de masas y de la fe popular de los mexicanos.

Pero Bergoglio no es Wojtyla, ni tampoco se parece a Ratzinger, lo que abre también otra expectativa. Según sus declaraciones previas y la elección de los lugares que visitará, esta vez el Papa no viene a México a confirmar el idilio con los presidentes, obispos o con los empresarios. Los lugares que él mismo eligió para su visita son muy contrastantes a los elegidos por sus antecesores. En lugar de visitar el cerro del Cubilete, visitará una cárcel en Ciudad Juárez, set de múltiples violencias de fama mundial: las mujeres de Juárez, el narcotráfico, la dureza de la frontera, migración, tráfico humano, guerra de los cárteles. San Cristóbal de las Casas es el escenario del catolicismo de liberación latinoamericano que tanto condenaron sus antecesores, victimizando a los teólogos la liberación como fueron Leonardo Boff (hoy asesor de Francisco) y a Samuel Ruiz (impulsor de la teología indígena). También es el lugar donde nació un ejército indígena que convirtió en ícono de lucha poscolonial al Subcomandante Marcos. Pero además Chiapas es lugar frontera donde los centroamericanos emprenden su calvario para migrar hacia el norte. Y por último habrá que considerar que es también el estado donde el catolicismo ha perdido más adeptos hoy formando un frente de iglesias evangélicas y pentecostales que ven al Papa como un anticristo. Por su parte, Michoacán es la tierra ejemplar de lo que él mismo denominó “mexicanización”, refiriéndose al horror causado por la violencia y la inseguridad que genera la complicidad entre gobiernos y la delincuencia organizada.

El papa Francisco ha mostrado ser un maestro en el dominio de los recursos de la publicidad, pero debajo de su investidura está Jorge Bergoglio, un religioso jesuita, el símbolo de los tiempos cambiantes, y ante todo un portavoz de la defensa de los derechos humanos, que con anterioridad ha manifestado preocupación por los problemas que vive México, como son el trato inhumano de los transmigrantes, la violación sistemática de derechos humanos, las desapariciones forzadas, e incluso la descomposición moral de la iglesia debido a los casos de abusos sexuales y pedofilia, como los protagonizados por Marcial Maciel.

Nos resta esperar a ver cómo se concreta la visita del Pontífice a México, para reconocer si ganarán la atención de los mexicanos las inercias prefabricadas por un tácito acuerdo entre la televisión, la Iglesia y el gobierno que inmortalizarían la ficción del México siempre fiel al Papa, o si por el contrario seremos capaces de escuchar la voz crítica de Bergoglio que se asomará entre la expresión aturdidora de los vivas y cantos de sus fieles.

Investigadora del CIESAS Occidente

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