A pesar de ser uno de los países menos pacíficos del planeta, y uno de los países con más cantidad de ataques terroristas, Afganistán difícilmente llega a las primeras planas. No porque lo que sucede ahí no sea trágico o importante. Sino porque ante las audiencias, según pareciera, Afganistán dejó de ser noticia hace un buen rato. Por ejemplo, ¿usted recuerda haberse enterado del ataque del 7 de agosto con un camión bomba en Kabul que mató a 9 personas? ¿Supo usted del ataque suicida en Kunduz, dos días después, que acabó con la vida de otros 29? ¿O de los 5 que murieron en otro ataque el 18 del mismo mes en el aeropuerto de Kabul? ¿O de los 10 que murieron el 22 y los 12 que murieron el 23 del mismo mes? Podríamos seguir así, contabilizando ataques y muertos hasta llegar al mes de octubre, en el cual ese golpeado país, ahora sí, fue considerado noticia de ocho columnas. Dos veces. La primera, por el escalamiento de la ofensiva talibana con la toma de Kunduz, una importante ciudad de unos 300 mil habitantes. La segunda, un bombardeo estadounidense en esa misma ciudad, dirigido, en un dramático error, contra un hospital operado por la ONG Médicos sin Fronteras, el cual termina con la vida de 19 civiles inocentes.

Tenemos acá al menos tres fenómenos a analizar. Primero, la sostenida falta de paz que envuelve a Afganistán desde hace tiempo. Segundo, las respuestas internacionales  cuando las potencias se sienten amenazadas por entornos de esta naturaleza, respuestas que terminan alimentando las llamas de eso mismo que buscaban remediar. Y tercero, la habituación y el desinterés que parece provocarnos la violencia prolongada.

Lamentablemente, ni la violencia es algo nuevo en Afganistán, ni las intervenciones internacionales inician con la del 2001 a manos de Washington y sus aliados. La historia  es demasiado larga como para relatarla en este pequeño espacio. Baste decir que en 2001, cuando ocurren los atentados terroristas contra las torres gemelas y el Pentágono, Afganistán era gobernado por los talibanes, y Al Qaeda operaba con toda libertad a lo largo y ancho del territorio. Es verdad que la invasión estadounidense consiguió derrocar al gobierno talibán y envió a Al Qaeda a sus escondites en Afganistán y en Pakistán. Para lograrlo, Washington gastó sumas multimillonarias de recursos y su incursión ha causado de manera directa o indirecta, cientos de miles de pérdidas humanas, muchas de ellas civiles inocentes como ocurre en el bombardeo al hospital hace unos días. A pesar de todo ello, 14 años después de esa aventura, es necesario afrontar las siguientes realidades: (a) Los talibanes siguen vivos, han recuperado una buena parte del territorio, y siguen avanzando en su lucha, (b) Al Qaeda, aún mermada y sin Bin Laden, sigue operando desde esa y otras regiones, y una de sus escisiones –nada menos que ISIS y sus filiales- representa hoy uno de los mayores riesgos a la seguridad internacional, (c) Como consecuencia, quizás el terrorismo de Al Qaeda no amenaza ya a Estados Unidos en la forma como ocurría en 2001, pero sí de otras maneras. Además, a 14 años el terrorismo como fenómeno arrasa justamente a países como Afganistán varias veces por semana, como se muestra arriba. Esto es en parte, porque esa clase de violencia no se combate de manera eficaz mediante estrategias militares, intervenciones o bombardeos. Eso es al menos lo que la investigación demuestra. Ciertamente, a veces, las organizaciones terroristas son fuertemente golpeadas, su liderazgo es eliminado y su capacidad operativa disminuye. Sin embargo, al no atender los factores estructurales que subyacen al fenómeno, las mismas organizaciones se terminan adaptando, mutan o nacen otras nuevas que ahora se alimentan no solo de esos mismos factores estructurales, sino de los propios “remedios” ideados por las potencias para combatirlas.

Como dijimos arriba, los talibanes han venido recuperando su dominio sobre el territorio afgano, principalmente en el noreste del país, y se acercan peligrosamente a Kabul. Aunque finalmente el ejército de ese país pudo recuperar Kunduz, la ofensiva talibana de hace 15 días sobre esa localidad, mostró que ese grupo insurgente goza de buena salud y capacidades para amenazar al endeble gobierno en el poder. Apenas el 14 de septiembre, las fuerzas talibanas atacaron una prisión en la ciudad de Ghazni, y liberaron a más de 350 prisioneros, muchos de los cuales se terminan uniendo a su causa. Por si fuera poco, en Afganistán, determinados grupos militantes han manifestado su lealtad a ISIS o “Estado Islámico” y ahora combaten no solo contra el gobierno, sino también contra los mismos talibanes. Con todo lo anterior, lamentablemente, podemos predecir que las sucesiones de actos violentos y ataques terroristas en ese país, continuarán.

Esta eternización de condiciones de conflicto es lo que aparentemente termina habituando a las audiencias. Debido a la frecuencia de ataques como los que ocurren en Afganistán, sin importar la cantidad de muertes que producen o la naturaleza de los atentados, los eventos ya no nos llaman la atención y por lo tanto, dejan de ser considerados como “novedad” o “nota”. No cumplen ya con el criterio editorial que les merece un espacio destacado en las páginas impresas o en los portales de los mismos medios que colocarían en sus primeras planas eventos similares, si estos ocurriesen en alguna capital europea. La habituación no es un tema de culpas, sino un fenómeno enormemente complejo que debe ser comprendido y que tiene que ver con la cantidad de información, noticias, videos e imágenes, procedentes de tantas partes del planeta, a las que hoy estamos sujetos. Nuestra mente, percibiendo una densa masa de actos violentos y ataques que ocurren en “países lejanos”, deja de detenerse en aquello que no estima como novedoso o interesante y prefiere enfocarse en otra cosa que le sea más atractiva. Claro, salvo que suceda una situación como un ataque estadounidense en contra de un hospital operado por Médicos sin Fronteras, un terrible evento que si bien debe ser investigado hasta las últimas consecuencias, debería llamar nuestra atención no solo hacia esa lamentable tragedia, sino hacia lo que hay detrás del conflicto que desgarra a un país como Afganistán, del cual en un país como México, tendríamos mucho que aprender. No solo por las condiciones de falta de paz, sino porque la habituación a la violencia es un proceso que no distingue regiones ni religiones y porque acá nos está sucediendo algo similar, aunque de ello hablaremos en otro momento.

Analista internacional.

@maurimm

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