¿Cómo explicarle a un campesino colombiano que puede ir a la cárcel por cultivar marihuana, mientras un joven en el estado de Colorado en Estados Unidos abre su segunda tienda de venta legal de marihuana recreacional y disfruta de sus crecientes ganancias?

Esta es una de las paradojas del actual debate internacional en torno a la llamada Guerra contra las Drogas. Una guerra que, desde cualquier ángulo que se mire, muestra un balance desalentador frente a la cantidad de tiempo, vidas y recursos que ha costado. Después de medio siglo de esfuerzos, el negocio del narcotráfico en el mundo está activo y sigue generando ingentes utilidades.

En este lapso, Colombia ha perdido muchos de sus mejores líderes políticos, policías, soldados, jueces, fiscales y periodistas en una persistente lucha contra las organizaciones del narcotráfico. Hemos desmantelado los grandes cárteles y combatido los cultivos ilícitos. Pero nuestros logros también han desplazado la amenaza del narcotráfico a otros países. Los narcotraficantes cambian y se adaptan.

En este contexto, cobra especial importancia el acuerdo de paz que nos encontramos cerca de concluir con las FARC. En una Colombia sin conflicto armado, las FARC pasarán de ser uno de los grandes obstáculos para la efectiva acción del Estado contra las drogas, a un aliado en la erradicación y sustitución de cultivos ilícitos, el desminado y la identificación de centros de producción y rutas de transporte. Un giro histórico en nuestra lucha contra las drogas.

Pero no se trata del esfuerzo de una sola nación, sino de lo que podemos lograr como comunidad internacional. Un país como Colombia, que ha soportado la carga más pesada en la lucha global contra las drogas, tiene la autoridad moral para decir que ha llegado el momento de que el mundo adopte un nuevo enfoque en esta política.

Este no es un llamado a la legalización. Es un llamado a reconocer que entre la guerra total y la legalización hay toda una gama de opciones que podemos explorar para mejorar la prevención del abuso de drogas, dar un tratamiento más humano a los consumidores, incrementar la colaboración para combatir el crimen organizado, y brindar alternativas económicas a campesinos y otras comunidades vulnerables presas del negocio del narcotráfico.

Desde el año 2012, en la Cumbre de las Américas de Cartagena, propuse realizar una revisión objetiva y científica, alejada de ideologías y prejuicios, de la estrategia global contra las drogas. Un año después, la Organización de Estados Americanos produjo un informe con enfoques alternativos para abordar el problema, varios de cuyos elementos se incorporaron en una resolución aprobada por una Asamblea Extraordinaria de la OEA en Guatemala en 2014.

Sin embargo, la respuesta debe ser global, no sólo hemisférica. Por eso propusimos, junto con México y Guatemala, la realización de la Sesión Especial sobre Drogas de la Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGASS 2016) que se reúne esta semana en Nueva York.

¿Qué propuestas hemos llevado Colombia y un importante número de países del mundo a esta reunión?

Primero: las convenciones de drogas se deben aplicar en consonancia con el respeto a los derechos humanos. Esto supondría, por ejemplo, la abolición de la pena de muerte para delitos relacionados con drogas.

Segundo: debe haber flexibilidad en cada país para adoptar políticas nacionales frente a las drogas que, respetando el marco de las convenciones internacionales, se ajusten a sus circunstancias particulares.

Tercero: hay que pasar de una política principalmente represiva a un enfoque más amplio que trate el consumo de drogas como un tema de salud pública; con medidas alternativas a la cárcel para delitos no violentos relacionados con drogas, y oportunidades económicas y sociales para los pequeños cultivadores.

Y cuarto: debemos perseverar en el combate al crimen organizado; enfocarnos en las mafias, en los lavadores de activos, para quitarles esos recursos exorbitantes que generan tanta corrupción y violencia. Hay que golpearlas donde más les duele, que es en sus ganancias.

Tenemos, entonces, que ser más innovadores y más prácticos. Hay que intentar soluciones imaginativas y, sobre todo, hay que tener la audacia para tomar decisiones políticas difíciles, incluso impopulares, si queremos mejorar los resultados en esta guerra contra las drogas, de más de medio siglo, que no hemos ganado.

Presidente de Colombia

De ‘El Tiempo’ para Grupo de Diarios América

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