Desde Ecuador, en conversación con escritores, editores y académicos de este litoral del Pacífico de América del Sur que han acudido a la inauguración del Centro Cultural Carlos Fuentes del Fondo de Cultura Económica, analizamos la conflictividad extendida entre nuestros países. Y, en general, priva en los análisis una percepción de que México está más preparado para los retos en curso, o por lo menos mucho mejor que el panorama que pintan los medios mexicanos.

Será importante hacer el análisis de los diversos actores que concurren hoy en nuestro país a crear un clima que lo presenta fuera de rumbo o de control: desde la derecha, la izquierda e incluso desde el interior mismo del grupo gobernante, con los ansiosos por precipitar cambios y relevos.

‘Pobrediablismo’ en acción, llamó Carlos Monsiváis a los líderes del movimiento estudiantil que generó el clima que echó abajo al rector Ignacio Chávez en 1966: una mezcla de 1) jóvenes inquietos en el acelere de la edad y de la rebeldía —contra todo lo establecido— que irradiaba la Revolución Cubana, o quizás de lo que Lenin llamó, hace más de un siglo, la enfermedad infantil del izquierdismo; 2) de provocadores de la derecha regocijados con los ultrajes al ilustre cardiólogo al que consideraban un comunista emboscado; 3) de universitarios ofendidos por la personalidad de la cabeza de la UNAM, en la que veían autoritarismo y arrogancia donde otros encontraban firmeza, y 4), de lo que hoy llamaríamos sicarios al servicio de un precandidato a la Presidencia que suponía que esa defenestración encajaba en el juego del entonces presidente Díaz Ordaz.

Comparaciones odiosas. Toda comparación es odiosa y es riesgoso aventurar este ejercicio ante la inmediatez de lo que ahora ocurre en el país de cara al análisis de un conflicto de hace medio siglo en una universidad. Pero quizás valga la pena el riesgo, ante los riesgos mayores de la amenaza de un enrarecimiento mayor del actual clima de opinión nacional. Con la probable distorsión de esta mirada desde estas tierras equinocciales, lo que se aprecia en una parte de la prensa mexicana son regocijos infantiles indiscriminados ante cualquier cosa que le salga mal al gobierno o al Presidente: igual la costosa fuga del Chapo Guzmán que la intrascendente caída de una rebanada de pastel en su cumpleaños.

Y todo parece concurrir ahora a una nueva mezcla de intereses y emociones que, en cualquier pifia o adversidad —la más grave, o la más trivial— ve la oportunidad de exhibir la impericia gobernante, sea desde 1) una izquierda que alimenta con ello la ilusión de preparar su llegada al poder; 2) una derecha que no ceja en sus intentos de neutralizar las reformas que afectan los rendimientos de sus negocios; 3) un conglomerado amplio de la población que se impacienta por la falta de oportunidades, entre ellos, un segmento juvenil que no ve perspectivas en el actual orden de cosas; 5) organizaciones criminales de fiesta porque algún medio internacional registró el desastre del sistema carcelario como una humillación para el gobierno, y 6) aparatos de seguridad de EU que ven en la manifestación de movilización de recursos y organización de un líder criminal, un gran contraste con nuestras debilidades institucionales y, con ello, la oportunidad de recobrar la injerencia en los aparatos de seguridad mexicanos que tuvieron hasta hace tres años.

El gran Monsi. Está claro que el gobierno tiene la responsabilidad de descifrar y resolver los retos de la maraña de intereses, intenciones, sentimientos, emociones, percepciones que se conjugan en las sociedades complejas de alta conflictividad como las nuestras. Y está claro que, en las democracias, las oposiciones están en todo su derecho de medrar de las adversidades de los gobiernos en funciones. Pero lo que se esperaría es una mayor calidad en el debate público, aunque no sea más que por evitar que se nos aparezca el gran Monsi con su ya cincuentenario señalamiento del ‘pobrediablismo’ en acción.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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