Durante el último año el mundo vivió procesos electorales que arrojaron resultados atípicos que no se preveían: la victoria del Brexit en Gran Bretaña, de Trump en Estados Unidos y de Macron en Francia son muestra de ello. Los partidos políticos tradicionales parecen no responder a las expectativas de una ciudadanía que ha les ha perdido confianza.

Los partidos políticos son organizaciones cuyo fin inmediato es llegar al poder para desde allí dirigir la transformación de la sociedad hacia un futuro mejor. El sentido último de su existencia es la transformación social en términos de su plataforma política, el poder es un medio para conseguirla.

Cuando los partidos pierden la visión de su último fin, su identidad se destruye y pierden legitimación. Si bien es cierto que el poder es una herramienta necesaria para dar unidad y rumbo a la sociedad, también es cierto que su ejercicio desborda las personalidades que carecen de la suficiente madurez psíquica.

Un partido cuya praxis se reduce a la consecución y ejercicio del poder se corrompe, ya que carece de referentes que le den sentido de ubicación, que le permitan entender su misión y le den sensibilidad para comprender lo sublime que es el ejercicio de la política entendida como servicio a los demás.

A la desconexión con su plataforma, los partidos políticos en todo el mundo se inclinan a construir respuestas enfocadas a la búsqueda de resultados inmediatos. Se vuelven pragmáticos.

El pragmatismo suele despreciar cualquier respuesta que no contribuya a la obtención de resultados.

Normalmente es —y se declara a sí mismo— neutral frente a cualquier posición ética o antropológica. Llevado al extremo en el ejercicio del gobierno, el pragmatismo conduce a la destrucción de las instituciones en el largo plazo.

El proceso de pérdida de visión sobre su sentido último ha hecho que muchos partidos políticos pierdan tres de sus funciones básicas: i) el reconocimiento de los ciudadanos como sujetos políticos, ya que se vuelven consumidores a los que hay que convencer del voto como si se tratara de un asunto meramente mercantil, ii) la representación, ya que su lógica interna de lucha por el poder se desconecta de la realidad social, y iii) la selección de cuadros competentes para gobernar, ya que la obcecación por el poder transforma los procesos de elegibilidad en juego de conveniencias personales.

Ante la crisis de los partidos políticos ¿qué nos queda? Estamos viviendo tiempos cambiantes en el que comienzan a proliferar en todo el mundo formaciones políticas ambiguas, emergencias súbitas y movimientos efímeros. Bajo la bandera de custodiar los valores olvidados por los partidos políticos han entrado al juego de la competencia por alcanzar el poder. Muchos de ellos, con escasa preparación para la comprensión de la gran complejidad de la sociedad contemporánea caen en los mismos vicios de los partidos políticos tradicionales pero a mucha mayor velocidad.

Es una actividad de la mayor importancia rescatar a los partidos políticos, comprender que de su sana existencia depende el futuro de nuestras sociedades, entender que la salida no está en la forma sino en el fondo, que no se trata de una búsqueda de alternativas nuevas basados en la falsa esperanza de un cambio paradigmático repentino.

Es urgente escapar del modo superficial de hacer política en el que la obsesión por la imagen, las técnicas y los arreglos transitorios para solucionar de forma aparente problemas agudos dejando intactos lo crónico subyacente que empeora.

Hace falta reconstruir la política basada en el ejercicio de virtudes, aquellas constructoras del carácter y que son vía de rescate de los partidos. La sociedad civil —nosotros— podemos coadyuvar en ello como nos recuerda Timothy Snyder en su obra Sobre la tiranía:

“(…) Cuando líderes políticos dan mal ejemplo, el compromiso con buenas prácticas adquiere mayor importancia. Resulta difícil subvertir un Estado regido por el imperio de la ley sin abogados, o celebrar juicios farsa sin jueces. Los autoritarios necesitan funcionarios obedientes, y los directores de los campos de concentración buscan empresarios interesados en mano de obra barata (…)”.

Rector de la UP-IPADE

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