Aún y cuando hace unos días el presidente Peña Nieto presentó a través de la Procuraduría General de la República una controversia constitucional ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que promueve acciones de anticonstitucionalidad en contra de los Congresos de Veracruz y Quintana Roo, así como a sus respectivos gobernadores Javier Duarte y Roberto Borge, por la aprobación de las recientes leyes anticorrupción “a modo” en esas entidades, según informó en conferencia de prensa el vocero oficial, esta iniciativa no exime de responsabilidad alguna a varios personajes, empezando por el Ejecutivo federal. Más delante se hizo lo mismo con Chihuahua.

Y esa es precisamente la molestia generalizada de la sociedad mexicana: desde Los Pinos parece que se seguirá al pie de la letra el refrán aquél que dice "en casa del herrero, azadón de palo" o el de candil de la calle y obscuridad de su casa, o mejor aún, aquél que dice hágase la voluntad de Dios, en los bueyes de mi compadre.

No se puede exigir o pretender aparentar que se exige el cabal cumplimiento de la ley o andar promoviendo a través de la Cámara de Diputados la aprobación del Sistema Nacional Anticorrupción, para que gobiernos federales y estatales enfrenten diversas acusaciones de corrupción y conflictos de interés, y por otro lado, evadir actos de corrupción o al menos, de poca o nula transparencia y sí mucho margen para la suspicacia en temas como los ya bastante conocidos y trascendidos no sólo en México, sino en el mundo, y que precisamente vienen desde Los Pinos.

Pero cierto es que no podemos esperar menos de un partido que a pesar de los empellones, las marchas, las manifestaciones, la molestia, las encuestas, los resultados, la dudosa procedencia y actuar de los personajes principales que se mueven desde su liderazgo, la violencia, la sangre y hasta la muerte, la pérdida de confianza y de control de sus propias (in) capacidades, fracasos electorales y todo a lo que nos ha llevado históricamente hasta nuestros días, no aprendió, no aprende y lo peor, aprenderá de sus errores garrafales.

El PRI no aprende y en ese afán de necedad y soberbia extrema por no querer asumirlo, nos ha sumido en la crisis social, económica, política y cultural en la que nos encontramos como nación.

La última muestra que lanza es la imposición desde sus entrañas, de viejas y obsoletas prácticas de designar por dedazo a quien presidirá a su partido, luego de la designación de su nuevo dirigente nacional.

El PRI no aprende que México cambia a la velocidad que el resto de los ciudadanos del planeta lo hacen. O será que el PRI ¿no quiere aprender? Puede ser, las tendencias globales son la democracia, la participación ciudadana, la toma de decisiones desde la sociedad y parece que sigue no conviniéndole aprender de estas nuevas formas de gobernar.

La antítesis de semejante obsolescencia a la hora de ejercer la política como lo hace, está en el actuar histórico, republicano y de avanzada del Partido Acción Nacional, que invariablemente se va a un proceso democrático para elegir a quienes dirigirán acciones que muevan al país tal y como lo está demostrando con los resultados del 5 de junio pasado.

México no puede y ya ni siquiera desea seguir esperando más tiempo para ver verdaderos cambios y resultados en las decisiones que están cambiando la vida de la mayoría de los mexicanos, pero para mal, para retroceder.

Tuvo su oportunidad nuevamente y lejos de ser lastimera su actuación, ha sido indolente, cayendo ya en la total simulación.

Difícilmente podrán retomar el rumbo como institución para su fortalecimiento y llegar nuevamente a la Presidencia, simplemente porque no aprende.

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