Asumir que asistimos a una crisis de fin de régimen es un asunto de la mayor trascendencia, que obliga a los principales actores de la vida nacional a proceder en consecuencia y tomar las decisiones que corresponden a un escenario de estas características: a los gobernantes, los partidos políticos, líderes empresariales y sociales, sectores del PRI conscientes de esta situación, y las asociaciones religiosas.

De cara a los próximos procesos electorales, especialmente las fuerzas democráticas, están llamadas a reflexionar y a actuar para construir la propuesta del nuevo régimen político y el México que habrá de emerger de esta crisis de fin de régimen.

El mismo PRD tiene que revisar su actuación, revisarse a sí mismo y despojarse de pensar que esta izquierda sólo tiene futuro con López Obrador, así sea rogándole para que nos acepte.

La crisis de fin de régimen se ha acentuado por la incapacidad del gobierno para resolver los problemas, incrementando la insatisfacción de la mayoría de la sociedad ante lo que está pasando en el país, lo cual ha llevado a tener una calificación negativa del desempeño de las instituciones públicas y, especialmente, de los partidos políticos; la sociedad no distingue qué cosas positivas o negativas puede haber en las instituciones, o en los partidos políticos.

Y todo ello es el mejor caldo de cultivo para los discursos antiestablishment, antisistémicos, es decir, en contra del actual estado de cosas y de las instituciones que nada resuelven.

En este escenario tan complicado estamos obligados a pensar, decidir y actuar de manera diferente a la “tradicional”.

Por ejemplo, frente a las elecciones del próximo año, especialmente en el Estado de México, requerimos buscar la más amplia coalición posible con una candidatura que pueda generar consensos suficientes para derrotar al PRI y evitar que se siga reproduciendo lo que genera esta crisis de fin de régimen.

El PRD decidió el pasado fin de semana disponerse a construir un frente democrático-progresista, de amplio espectro, para comenzar a delinear el camino hacia 2018, poniendo en el centro un programa que atienda los reclamos esenciales y elementales de la sociedad: combatir la corrupción, la impunidad y la inseguridad, y crear empleos bien remunerados.

Estoy seguro de que el sistema agonizante, representado en el PRI, hace y seguirá haciendo todo lo que esté a su alcance (legal o ilegalmente), con EPN al frente, para mantener el gobierno del Estado de México porque para ellos es un asunto de vital importancia.

Está en curso una estrategia para comprar conciencias (votos), cooptar líderes de otros partidos, y dividir a la oposición. El reto de los sectores democráticos y progresistas, del signo partidista opositor que sea, es no caer en esa estrategia y asumir que en las elecciones de 2017 en esa entidad, se juega también una parte del futuro inmediato de la República y una parte sustantiva de la solución a la crisis de fin de régimen.

Sé que hay dirigentes que consideran que pueden ir los partidos opositores por su propia cuenta con la idea de que así se pueden fortalecer y obtener algunos beneficios, pero eso es totalmente falso.

La división opositora ayudará al PRI a ganar y éso le dará oxígeno para 2018.

La responsable unidad de la más amplia gama opositora ayudará a construir la verdadera transición democrática que no llegó con la alternancia del 2000 ni con el gobierno panista de Calderón en 2006.

Es otra cosa lo que requiere México: Verdaderos Gobiernos de Coalición Democrática para construir un país nuevo. Por ello la sociedad debe hacer acto de presencia con sus fortalezas y evitar que las cúpulas conservadoras de los partidos políticos se quieran adueñar de las grandes decisiones que deben ser de la gente.

Vicecoordinador de los diputados federales del PRD

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