Bélgica participó de manera más virtual que real en la coalición contra el Califato (ISIS). Eso no la salvó de los atentados mortíferos perpetrados por ciudadanos suyos, radicalizados en una cultura yihadista presente desde hace veinte años. El blanco del mando de operaciones externas del Califato no es Bélgica, tampoco Francia: es la Europa toda, es el mundo entero; basta con revisar la cronología y la geografía de los atentados.

¿Estará ganando la guerra el Califato? Digo guerra porque es la palabra que usan muchos dirigentes, en especial el presidente y el primer ministro francés. No es la palabra correcta, pero si lo que quiere el Califato es provocar en Europa y en América una reacción violenta contra sus musulmanes, todavía no lo ha logrado. Quisiera motines, saqueos, matanzas, persecución policiaca, como la que promete Donald Trump. Lo que sí está logrando es el progreso de los partidos “populistas” (palabra quizá incorrecta, pero cómoda), nacionalistas, que detestan inmigrantes y refugiados. Al día siguiente de los atentados de Bruselas, el gobierno polaco de extrema derecha declaró que no admitirá ni un refugiado sirio o iraquí. Gol para el Califato.

“Desafío a la seguridad y la convivencia”, escribe el especialista en terrorismo global Fernando Reinares (El País, 23 de marzo); tiene toda la razón y comparto con él la idea de que al emplear el método del terrorismo, el Califato intenta “que los ciudadanos europeos interioricen el miedo, modifiquen sus conductas y condicionen las de sus gobernantes. (…) Evitemos que se extienda la islamofobia, pero seamos conscientes del desafío que a nuestras sociedades abiertas plantean tanto los yihadistas con sus atrocidades terroristas, como los salafistas con sus prédicas antidemocráticas”.

Ahora bien, declarar la “guerra al terrorismo internacional” no tiene sentido y los políticos que lo hacen son ingenuos o/y cínicos. El terrorismo es un arma que se usa de manera triangular, como la bola de billar en una carambola de tres bandos. No se trata de matar al enemigo, sino de conseguir efectos indirectos al asesinar inocentes que no tienen nada que ver en el asunto; por eso, muchas de las víctimas en París y Bruselas, todas las víctimas en Bagdad, son musulmanes, hecho pocas veces mencionado. Clausewitz diría hoy que “el terrorismo es la continuación de la política”. En los últimos 15 años, el terrorismo mató a mil 800 personas en Europa; un solo día en la batalla de la Somme cobró 50 mil vidas; el año pasado 8 mil 500 franceses murieron en accidentes de coche, lo cual no espanta a nadie. Comparen las cifras y se asombrarán de la eficiencia terrorista.

Los habitantes de Bruselas no han caído en la trampa del miedo. Al día siguiente de los atentados, todos fueron a trabajar y los niños y adolescentes a estudiar, la gente llenó calles y plazas, cafés y restaurantes. No se veía soldados patrullando, ni estado de sitio, ni suspensión de las garantías, ni toque de queda como en tiempo de “guerra”. No dejaron que cuatro bichos, con antecedentes penales comprobados para dos de ellos, paralizaran con unas bombas primitivas la capital de Europa, todo un símbolo.

Los dirigentes europeos no deben imitar a sus colegas franceses que cayeron en la tentación de explotar el miedo, gritando: “¡Es la guerra!”, para lograr la unidad nacional y demostrar que Francia tiene un presidente fuerte (digno de reelegirse). No les sirvió de nada para frenar el ascenso del Frente Nacional. En realidad, no saben qué hacer, nadie sabe qué hacer frente a un enemigo que es ideología, mentalidad, movimiento capaz de fabricar voluntarios hombres-bomba. El asunto va para largo. Una voz me llega de Seir, en Edom: “Centinela, ¿cuánto durará la noche aún?”. El centinela responde: “La mañana ha de venir, pero es noche aún. Si queréis preguntar, volved otra vez” (Isaías).

Investigador del CIDE.

jean.meyer@ cide.edu 

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