Como parece sugerirlo su subtítulo, en La promesa, Friedrich Dürrenmatt se propuso, entre otras cosas, escribir un Réquiem por la novela policiaca. En ese libro, el Dr. H., excomandante del cantón Zurich y miembro del consejo nacional, reconoce que nunca le han interesado las novelas policiacas y sostiene que “la gente espera que al menos la policía sepa tener el mundo bajo control, mientras que yo por mi parte no puedo imaginarme una esperanza más asquerosa. Por desgracia, en todas esas historias de crímenes subyace aún un fraude mayor. Y con eso ni siquiera aludo al hecho de que en ellas los criminales encuentran su castigo. Pues esos hermosos cuentos han de ser moralistas a la fuerza. Pertenecen al tipo de las mentiras necesarias para mantener el orden social casi como un refrán piadoso: el crimen no vale la pena”. Pero lo que más lo irrita de esas novelas es que los escritores construyan sus argumentos sobre la base de la lógica, como en el ajedrez. Admite que “los policías estamos obligados a proceder de acuerdo con la lógica, de un modo científico; pero los factores disonantes que entran en juego son tan frecuentes que muy a menudo es la pura suerte o el azar lo que decide la partida a nuestro favor”.

Sin embargo, Aloysius Hands, el personaje de El extraño caso de Aloysius Hands, una de las tres novelas policiacas de Rafael Bernal, creía que “en los asesinatos bien meditados y efectuados había una lógica y en la resolución de los problemas la había también. Claro está que en un asesinato intervienen también elementos psicológicos, pero yo creo que con sólo la lógica se puede llegar a la resolución de cualquier problema...” Para demostrarlo, Aloysius Hands recurrió a una paradoja: se convirtió en el criminal que comete un crimen perfecto y en el detective que descubre al criminal.

La lógica puede ser también íntima. En El complot mongol de Rafael Bernal la lógica de un fabricante de muertos, un asesino a sueldo, un matón procedente de la Revolución, Filiberto García, termina por imponerse brutalmente en una supuesta intriga internacional que no prescinde de chinos, rusos, gringos y cubanos y que en realidad encubre una conspiración política nacional. A pesar de que juega con elementos del género policíaco, como lo ha advertido Vicente Francisco Torres en Muertos de papel, no sólo se trata de una novela policiaca; “en primer lugar es una novela artística por la cantidad de aciertos de lenguaje coloquial que el autor va consiguiendo en cada una de sus páginas y por lo riguroso de su estructura, que se va ampliando en círculos concéntricos durante los tres días anteriores a la visita de un presidente norteamericano a la ciudad de México”. Con frecuencia, la narración deriva con naturalidad en el monólogo interior que conforman los pensamientos íntimos, los recuerdos, las ocurrencias para sí de Filiberto García. Algunas calles y lugares del Distrito Federal, no sólo la de Dolores con sus restaurantes, tiendas, leyendas y habitantes chinos resultan más que un escenario y en algo configuran la trama que los recrea, la cual está marcada por un sentido del humor sin afectaciones que parece proceder de los personajes y, como Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia, pueden revelar literariamente ciertos caracteres que han medrado en la historia de México desde la Revolución.

Quizá las novelas policiacas eran para Rafael Bernal un divertimento que le deparó escribir una novela placenteramente admirable. Sin embargo, desde sus primeros libros cultivó asimismo otras obsesiones; una de ellas fue el trópico, que no sólo le confirió nombre a un breve volumen de cuentos, sino que determina y prueba también a los personajes de Tierra de gracia y Caribal. El infierno verde, la novela que publicó por entregas en el periódico La Prensa entre 1954 y 1955. Otra fue esa tentación y ese espejo que puede ser el mar. Esa obsesión la conjugó con otra obsesión: la historia. En Gente de mar ensayó una forma de biografía literaria que también practicaron Marcel Schwob y Jorge Luis Borges. Sin embargo, no recordaba cuándo había empezado a interesarse en el océano Pacífico, pero infería que había sido antes de haberlo visto y cuya historia refirió con rigor en un volumen póstumo: El Gran Mar. Quizá la historia de ese mar en el que confluyen y se transforman el continente austral, Oriente, América, Europa y África lo condujo a otra historia en la que convergen dos culturas también unidas por el mar para derivar en otra cuya cartografía está hecha de palabras cambiantes, la cual estudió con detenimiento en Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo XVI, publicado asimismo póstumamente.

Quizá la gran obsesión de Rafael Bernal fue la escritura que, como una investigación policiaca, adopta formas varias que conducen a distintos desenlaces posibles cuyo centro es el hombre.

A la memoria de Jorge Pliego

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