En el pueblo de San Ángel, en el Valle de Anáhuac, hay un mausoleo que resguarda la reproducción en bronce de la mano con parte del brazo que pudo admirarse durante años conservada en formol. Esa construcción, se sabe, se concibió en memoria del general Álvaro Obregón, al que le pertenecía la mano y que había dispuesto no ser enterrado en el entonces Distrito Federal, en el lugar en el que fue asesinado cuando se hallaba allí, donde había estado la casa de Manuel Payno, el restaurante La Bombilla.

Aunque, según Pedro Castro, el doctor y general Enrique C. Osornio sostuvo bajo juramento al vicecónsul estadounidense Lawrence Higgins que el cadáver tenía “trece heridas producidas por arma de fuego”, siete de entrada y seis de salida, por lo que debió ser herido por lo menos siete veces, y el doctor Alfonso Quiroz Cuarón le confesó al periodista José Ramón Garmabella que la primera necropsia del cuerpo de Obregón se había realizado en el anfiteatro de la Escuela Médico Militar, según la cual contenía 19 orificios causados por balas de diferentes calibres, el crimen se le atribuyó a José de León Toral, un católico que disparó cinco de los nueve tiros que tenía la pistola Star calibre 35 que le había prestado Manuel Trejo Morales.

Pedro Castro refiere asimismo que el médico personal del general Obregón, Alejandro Cerisola, que tuvo que volver a embalsamar el cuerpo porque empezaba a descomponerse en el tren que lo conducía a Sonora, reveló que había advertido una seria esclerosis aórtica con disminución considerable del volumen del ventrículo izquierdo del corazón. “En otras palabras, si a Obregón no lo matan los fanáticos religiosos, Morones y compañía, o alguien deseoso de vengarse o de sacar alguna ventaja particular, estaba sentenciado a morir de un infarto en un plazo más o menos breve. Todo era cuestión de tiempo”.

No era el primer atentado que sufría Obregón. El 20 de abril de 1928, durante su campaña, en Orizaba, fue tiroteado desde los altos de un comité de la CROM, la corporación que dominaba el secretario de Industria y Comercio, Luis Napoleón Morornes, y, en enero de 1926, un individuo irrumpió en el gabinete en el que descansaba en el tren en el que viajaba de Los Ángeles a Tucson disparando sobre la litera inferior. Había inferido que, como carecía de un brazo, Obregón dormiría en ella, pero la hacía en la litera superior.

Uno de esos atentados terminó en una beatificación. El ingeniero Luis Segura Vilchis era católico y jefe de una sección de avituallamiento de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. Creía que las bombas importaban el arma adecuada para eliminar al general Álvaro Obregón, a quien consideraba responsable de la persecución a la Iglesia católica. El 9 de noviembre de 1927 terminó de preparar las bombas necesarias en la casa número 144-A de la calle de Alzate, la cual le había pedido que rentara a Humberto Pro, que ignoraba sus propósitos, y envió a Nahum Lamberto Ruiz a probar una de ellas en un barranco. El día 13, con Ruiz, Juan Tirado y un desconocido estuvieron al acecho de Obregón en un automóvil Essex que pertenecía a la Liga, que también desconocía la maquinación de Segura Vilchis, y el cual usaba Humberto Pro. “A las dos y media de la tarde”, escribió Mario Mena, “Obregón salió de su casa, subió a un Cadillac y ordenó al chofer que lo llevara a pasear por Chapultepec.

“El viejo Essex salió en seguimiento del Cadillac. Se fue el auto de Obregón seguido de cerca por Segura y sus amigos. Al llegar a la Calzada de los Filósofos, Segura ordenó al chofer que alcanzara al Cadillac. Aceleró el chofer y el Essex fue rebasando al Cadillac al tiempo que Segura Vilchis lanzaba la primera bomba sobre Obregón; Nahum Lamberto Ruiz disparó sobre el revolucionario su pistola y Tirado arrojó una segunda bomba”.

Cuando se disipó el humo producido por las bombas, Obregón descubrió que no estaba herido mientras el Essex era perseguido entre tiroteos por un auto de la comitiva del general por Paseo de la Reforma y por Insurgentes, donde Segura Vilchis ordenó al conductor que embistiera a otro automóvil. “En medio de los curiosos salió Segura Vilchis del Essex y sin correr, sereno, impávido, se fue alejando sin volver la cabeza”. Tomó un tranvía y se dirigió a la plaza de toros donde se encontró a Obregón, al que felicitó por haber salido ileso del atentado.

A pesar de la confesión del ingeniero Segura Vilchis, que se entregó cuando supo que habían sido detenidos, la policía concluyó que Humberto Pro pertenecía a la trama porque había alquilado la casa que había servido para preparar las bombas, porque el coche era suyo y porque la licencia estaba a nombre de uno de sus hermanos, que la había sacado con seudónimo. También implicó a su hermano, el sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro, que fue beatificado por su martirio en 1988 por el Papa Juan Pablo II. Fueron fusilados el 23 de noviembre a las 10 de la mañana en el patio de la Inspección General de Policía. Una fotografía muestra al ingeniero Luis Segura Vilchis elegantemente vestido, sonriendo lúdicamente cuando caminaba hacia el paredón. Una pequeña placa escondida entre cables eléctricos y tuberías de gas, en la pequeña calle Lotería de la colonia Tabacalera, frente a la parte trasera del edificio de la Lotería Nacional, en el que se ha llamado Distrito Federal, recuerda: “En la acera de enfrente en línea perpendicular al fin de la escalera cayó muerto el R. P. Miguel Agustín Pro fusilado el 23 de noviembre de 1927. RIP.”

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