En junio del año pasado, el presidente Obama reconoció que el fenómeno de la niñez migrante representaba una situación humanitaria que debía atenderse con un gran sentido de urgencia. Todo indicaba que después de tantos años en el abandono, este tema se colocaría finalmente dentro de las prioridades de nuestros gobiernos. De hecho, fue hasta ese momento que escuchamos al Presidente de México referirse a esta problemática. Y aunque no tenía otra opción porque el escándalo mediático ya se había desatado, el gobierno intentó transmitir que adoptaría medidas serias, oportunas y enfocadas a la protección de la infancia. Lamentablemente, hoy comprobamos que todo fue una reacción mediática y oportunista.

Programas como el de la Frontera Sur han evidenciado que continúa prevaleciendo el enfoque de la seguridad pública sobre el de la seguridad humana. Ahí está el incremento que se registró en el número de detenciones y deportaciones durante el último año: mientras que en los primeros cinco meses de 2014 se detuvieron 8 mil niños migrantes provenientes de Centroamérica, este año se detuvieron más de 11 mil 800 en el mismo periodo.

Estamos hablando de niños que atraviesan por circunstancias dolorosas. Como José, un salvadoreño de 10 años que salió de su país porque sus padres lo abandonaron para irse a trabajar a Nueva York; o Francisco, que a sus 9 años y con el apoyo de su abuela le pagó 3 mil 500 dólares a un coyote para ir a buscar a su padre a Los Ángeles.

Historias como estas son sólo una muestra de las circunstancias que orillan a miles de niños a migrar. Pero también está el otro lado de la moneda: los riesgos que enfrentan todos los niños al intentar cruzar las fronteras. Si no son víctimas del crimen organizado, son “albergados” en centros de detención, en verdaderas cárceles donde se encuentran rodeados de barrotes, incomunicados, hacinados, sin comprender qué hacen ahí y en completo aislamiento. Por estas condiciones, algunos niños han llegado a pensar que cometieron algún delito.

Esa realidad no es en la que viven los funcionarios encargados de tomar decisiones. Ni siquiera es una realidad que conocen. Los migrantes no votan y muchos de ellos no dicen ni su nombre. Por eso a este gobierno no les importan.

Evidentemente, la respuesta no pasa por redoblar la vigilancia en las fronteras ni por acelerar los procesos de deportación. Los niños que migran no lo hacen por gusto sino por necesidad. Están dispuestos a realizar una y otra vez un viaje de más de 2 mil kilómetros para llegar a Estados Unidos porque en sus países no cuentan con las condiciones mínimas para sobrevivir y mucho menos para desarrollarse.

México ha criticado a Estados Unidos en el tema migratorio pero no ha hecho nada para poner el ejemplo. Por el contrario, las malas condiciones de las instalaciones migratorias, las irregularidades en los procedimientos y la nula protección humanitaria, colocan a México como un ejemplo de lo que no se debe hacer al atender el fenómeno migratorio.

Duele el doble discurso del gobierno, pero duele más la deshumanización con la que el PRI ha desarrollado su política migratoria. Ojalá que Estados Unidos no decida copiar nuestro modelo para que no traten así a nuestros connacionales.

Ya pasó un año desde que se reconoció la crisis humanitaria de la niñez migrante y cada día que pasa seguimos dejando a cientos de niños, niñas y adolescentes en completa indefensión.

Senadora del PAN

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