Con apenas unos días de diferencia, los tribunales supremos de México y Estados Unidos han tomado decisiones que transforman radicalmente, y para bien, el estatus legal de las parejas del mismo sexo, que ahora podrán casarse sin impedimentos y ser iguales plenamente ante la ley.

Por caminos distintos, porque los planteamientos legales eran diferentes, las máximas instancias judiciales sacudieron la mesa en sus países, limpiándola de obstáculos y de dificultades que hacían muy difícil, en términos prácticos, que las uniones entre personas del mismo sexo pudieran realizarse con facilidad y con certidumbre jurídica.

Si bien la resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en México causó menos revuelo que la de su contraparte estadounidense, no le pide mucho en trascendencia. Ambas establecen reglas del juego que ya no están sujetas a la interpretación de otras instancias, ni tampoco al capricho burocrático administrativo de funcionarios que, electos o no, tratan con frecuencia de imponer sus propios puntos de vista a una sociedad que ha cambiado y que abre gradualmente los ojos.

Extrañé ver ante el fallo en México el revuelo y el júbilo que se manifestó no sólo en EU, sino prácticamente en todo el mundo cuando la semana pasada "su" Suprema Corte tomó su determinación. Comparto la felicidad, la satisfacción, la alegría de millones y millones de personas que han sido hasta ahora, ante la ley, ciudadanos de segunda, impedidos de realizar el más profundo y básico acto de compromiso espiritual, sentimental y afectivo que existe: la formalización plena de la unión de dos personas que desean compartir su vida.

Entiendo el impacto internacional que tiene la determinación de la -por cierto profundamente dividida- Corte Suprema en EU. Sus alcances son absolutos en lo que a la igualdad para las parejas del mismo sexo que desean contraer matrimonio, y sus repercusiones trascienden fronteras por el simple hecho del alcance y la influencia social y cultural de lo que sucede en la nación más poderosa y más influyente sobre la Tierra.

Lamentablemente, estas dos acciones que redibujan de forma tan positiva el mapa de la tolerancia y la inclusión en el mundo han tenido también el resultado de despertar a los fantasmas de la intolerancia, del odio, de la añoranza por un pasado que nunca y de ninguna manera fue mejor. Los jerarcas de la Iglesia católica en México, de la mano de algunos sectores muy conservadores, buscan torpedear la apertura con su retórica condenatoria y moralista. En EU el ala más radical del Partido Republicano también se opone ferozmente a las nuevas medidas, llegando en algunos casos a coquetear con el desacato a un mandato legal inapelable.

Quedan todavía numerosas barreras que hay que superar para lograr una igualdad plena y una mayor apertura de la sociedad que permita a las personas que integran el arcoíris LGBTTTI sentirse plenamente aceptados en sus respectivas comunidades, colonias, familias. Si bien se han dado pasos fundamentales en el aspecto legal, persisten prejuicios, ignorancia, desconocimiento y temores, que sólo podrán superarse con educación, con tolerancia, con paciencia. Sin confrontaciones, sin reproches, debemos todos buscar el camino para volvernos más incluyentes, más receptivos.

Para muchos, lo diferente provoca miedo, resistencia. Existen, claro, quienes buscan sacar de esto raja política, beneficiarse espantando a los suyos con el proverbial petate del muerto. Aquí solo debemos temerle al odio, a la discriminación, al rechazo.

Dos pedacitos del globo se han sumado al nuevo mundo que reconoce en todos iguales derechos. Hay que celebrarlo como todo lo que vale la pena, trabajando porque ese buen ejemplo se expanda por doquier.
Analista político y comunicador.

@gabrielguerrac

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