Sin restarle ningún mérito a la hazaña diplomática que se logró en París, hay que reconocer también que el acuerdo está basado en la voluntad de los países por cumplir lo que prometieron en la capital francesa. No hay sanciones para los gobiernos que no cumplan con sus compromisos, ni mecanismos para forzarlos a que honren su palabra. Este es el eslabón más débil del acuerdo global para combatir el calentamiento del planeta.

Pero hay tres fórmulas que podrían hacer una enorme diferencia y que México debería impulsar vigorosamente en el seno de Naciones Unidas. La primera y más obvia es que los 100 mil millones de dólares que pondrán en la mesa los países más desarrollados, solamente vayan a las manos de gobiernos que garanticen transparencia en la aplicación de los recursos y que cumplan con las metas a las que se comprometieron. La segunda fórmula, ya ensayada con éxito en el Consejo de Derechos Humanos, es que haya una efectiva presión entre pares. Es decir, que los países que vayan cumpliendo los objetivos que se trazaron, presionen a los que no hagan los esfuerzos necesarios para alcanzar sus metas. Exhibirlos públicamente, suele ser un remedio más eficaz de lo que se piensa para forzar a los gobiernos a cumplir. Dentro de cinco años, las naciones deberán rendir cuentas al resto de la comunidad internacional sobre los logros o rezagos que hayan alcanzado para reducir sus emisiones de gases efecto invernadero. Es muy importante que cada país sienta la presión de las demás naciones para cumplir, o de menos, ofrecer una explicación sensata de por qué han sido incapaces de aportar la contribución que prometieron libremente.

El tercer punto es aun más relevante. Para que el acuerdo de París funcione en el largo plazo y no quede sujeto a las convicciones de los gobiernos en turno que los firmaron, es necesario que la lucha contra el calentamiento global tenga un fuerte sentido económico. Pensemos tan sólo que el segundo país más contaminante de la Tierra, Estados Unidos, elija a un candidato republicano en las elecciones del año próximo. Los compromisos asumidos por Obama quedarán como letra muerta y con eso, lo acordado en París pasará a ocupar los anales de los lindos recuerdos. Sin embargo, si se logra involucrar a los centros tecnológicos y de investigación para que encuentren fórmulas de sustitución de energías fósiles que sean económicamente más atractivas que el consumo del carbón y del petróleo, entonces la industria se convertirá en un aliado verdadero de las causas ambientales. No lo harán pensando en el futuro de la humanidad, sino en el beneficio de sus bolsillos. Esto ocurrió ya con los Protocolos de Montreal, cuando se eliminaron loa aerosoles que lastiman la capa de ozono. La industria encontró un sustituto más barato y fue así que dejaron de usar esos gases.

Para México, los acuerdos de París deben ser una bendición inesperada. Cada día que pasa dejamos de ser la potencia petrolera de antaño. Producimos menos barriles y los precios del crudo ya no permiten que sea la palanca de desarrollo que alguna vez fue. Es el momento de revolucionar nuestra industria eléctrica, que consume más de la mitad de los combustibles fósiles que genera el país. Es absurdo seguir quemando una gran riqueza en termoeléctricas obsoletas y contaminantes. Cumplamos con los compromisos de París, cambiando de tajo la forma como generamos electricidad. Será nuestra contribución al mundo y además, irá en el mejor interés de los mexicanos.

Internacionalista

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