El sufragio, como decisión individual transfigurada en poder ciudadano en el ámbito de la colectividad es, indudablemente, la piedra angular de las democracias modernas y, desde su nacimiento en la antigua Roma, ha sido un vehículo clave para la expresión de los anhelos, aspiraciones y desacuerdos de las sociedades en las que se ha puesto en práctica.

Históricamente pues, y al pasar a ser una prerrogativa universal, ha sido un medio de construcción civilizadora que, luego de múltiples pruebas-ensayo a lo largo del tiempo —en ocasiones profundamente dolorosas y costosas humanamente hablando— se ha erigido como la única fórmula igualitaria, pacífica, incluyente y participativa para dotar a una sociedad de gobiernos y representantes legítimos.

Además, así como un derecho irrenunciable, el voto es una obligación cívica que refrenda nuestra calidad como ciudadanos y nos debe recordar, luego de incontables luchas, el precio pagado por este derecho. Debido a ello, el derecho al voto, como premisa básica de la democracia, no debe ser desperdiciado por apatía, indiferencia, hastío, ignorancia o incredulidad. La construcción de las instituciones de nuestra aún joven democracia ha sido —y es y lo seguirá siendo— resultado del trabajo y la sangre de las generaciones que nos precedieron.

No obstante el contexto adverso en que previsiblemente hoy se lleven a cabo las elecciones en varios lugares del país —debido entre otros a la amenaza de boicotear el proceso—; pese al temor —en muchos sentidos justificado— que pudiera sentir la ciudadanía a causa de la violencia, de la guerra sucia vista como nunca antes, y de la intromisión de poderes fácticos —como el crimen organizado— en el escenario político electoral y a pesar de la creencia de que votar de poco servirá para cambiar la situación de nuestro país, de nuestro estado, municipio o delegación, votar este día —pero hacerlo informada y conscientemente— es crucial para el futuro.

Como nunca antes hoy están en juego múltiples piezas en el tablero político de la nación —son 2 mil 179 los cargos que están en disputa—; la necesaria reconfiguración de políticas públicas y de diversas instituciones y maneras de hacer las cosas en la administración pública hace necesario e y sumamente importante, hoy quizá más que nunca, el acto de sufragar.

En suma, de ello dependerá que la clase política entienda, de una vez por todas, lo crítico del estado de hartazgo en que se encuentra la población. Pero debe saberse que es con el voto —y a través del conjunto de instancias legales a nuestra disposición— con lo que se ha de expresar ese hartazgo. Con especial trascendencia, en esta ocasión los votos contarán. Harán la diferencia entre quién gobierna y quién no. Quién permanece, y quién se va.

Así de irremplazable e imprescindible es este ejercicio de esa masa plural y contradictoria a la que llamamos sociedad: a votar.

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