Francia fue sacudida nuevamente por un atentado terrorista —ahora en la ciudad de Niza— y la solidaridad emergió, una vez más, de manera inmediata. Anoche muchas personas abrieron las puertas de sus casas a quienes necesitaban refugio, luego de que las autoridades emitieron la orden de no permanecer fuera para permitir circular a los servicios de urgencias que atendían y evacuaban a los heridos, además para ponerse a salvo por el riesgo de nuevos ataques.

Es con actos solidarios como una sociedad puede vencer al terrorismo, que tiene como uno de sus principales objetivos, precisamente, dividir y fracturar la cohesión social. La respuesta no debe ser el miedo ni modificar de tajo la vida cotidiana.

Con el de anoche la sociedad francesa ha sufrido tres sangrientos atentados en 18 meses: el que se realizó contra instalaciones de la revista Charlie Hebdo, los de noviembre pasado, principalmente contra el salón de conciertos El Bataclán, y el de anoche en Niza. En todos la reacción posterior ha sido ejemplar. El semanario satírico publicó de manera normal su edición siguiente. Y tras los atentados de fines de 2015 en París, la reacción de residentes de la capital francesa fue de entereza y de solidaridad: aseguraban que los hechos terroristas no acabarían con la vida nocturna y dejaron atrás temores para volver a hacer suyas las calles. Igual que anoche en Niza, el pasado 13 de noviembre los parisinos abrieron las puertas de sus hogares para quienes no hubieran podido volver a sus domicilios, los donadores de sangre hacían filas en hospitales y taxistas ofrecieron viajes gratis minutos después de los atentados.

A la solidaridad que nace entre los franceses debe sumarse la solidaridad global, pues la amenaza del terrorismo es a la comunidad internacional entera. Nadie sabe a quién podrá afectar mañana un nuevo atentado.

El aumento de un sentimiento contra los musulmanes parecerá irremediable, pero nada se resolverá señalando y marginando a esa comunidad. Los autores de los atentados han recibido incluso la condena de quienes practican el Islam en el mundo occidental; ahora más que nunca merecen refrendarse sus voces de condena.

El reto que significan los bárbaros ataques de grupos que combinan fanatismo y violencia debe enfrentarse con una estrecha coordinación internacional. La derrota del terror no será de un día para otro, el desafío principal es intensificar las actividades de inteligencia, cerrar los flujos de dinero y como opción final la alternativa militar, pues la guerra no es contra un enemigo tradicional, sino contra uno que no tiene cara definida y sí múltiples brazos.

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