Una característica que une a las ciudades más avanzadas del mundo es la multiplicidad de alternativas de transporte. Ir a trabajar en bicicleta es perfectamente factible en Tokio, Chicago o Hamburgo. La Ciudad de México, si bien ha iniciado ese proceso, todavía padece de resistencias de autoridades y ciudadanos, y la muerte de la ciclista Monserrat Paredes, de 21 años de edad, ayer mientras circulaba por Paseo de la Reforma, es el recordatorio más reciente de esa realidad.

Monserrat murió porque el microbús que la atropelló quiso hacer “parada” en un carril que incorrectamente los camiones comparten con ciclistas. La joven fue víctima no sólo del conductor, sino de la falta de reforzamiento de las normas. ¿Habría el conductor atropellado a la mujer si con frecuencia fueran multadas las unidades del transporte público que se detienen en zonas no especificadas para ese fin? La respuesta es obvia y la ofrece la misma experiencia que han tenido otras leyes de tránsito en el pasado.

El desprecio por el cinturón de seguridad, por ejemplo, o la conducción bajo efectos de alcohol son conductas que han ido a la baja en el DF gracias a años de multas y penas de arresto. Si no ocurre lo mismo con el respeto a los ciclistas es porque se creyó que la señalización y la infraestructura bastaban.

Los usuarios se quejan de que el problema va incluso más allá del respeto de los automovilistas y choferes. Organizaciones de ciclistas consideran que más de 60% de los 80 kilómetros de ciclovías que hay en la ciudad de México son peligrosos al no contar —o estar en malas condiciones— con los señalamientos y las protecciones necesarias.

La Secretaría del Medio Ambiente del Distrito Federal, por su parte, dice que de los 80 kilómetros de ciclovías urbanas que existen en la ciudad de México, 10 kilómetros son de carril compartido con el transporte público, es decir, en los que la pintura sobre el pavimento es lo único que separa a ciclistas de automóviles y camiones.

Tanto la cifra oficial como la de organizaciones civiles revelan un problema de falta de inversión en un emblema de la ciudad de México que debería ser cuidado como tal.

La bicicleta es solución a muchos problemas de las grandes metrópolis, desde ambiental y de espacio público, hasta de calidad de vida de los usuarios. Si los ciudadanos ven que viajar de esa manera es cada vez más peligroso, por el deterioro de la infraestructura y la indefensión de los ciclistas, costará más trabajo hallar en el futuro quién financie los nuevos proyectos que son necesarios para la ciudad. Se habrá aprendido la lección de que la calidad de un nuevo servicio dura hasta que la novedad deja de existir.

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