Cuando se concretó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, hace ya más de 20 años, muchas voces advirtieron que México se encaminaba hacia una trampa, la cual permitiría que fuera económicamente devorado por la gran potencia vecina. No sólo ese vaticinio nunca ocurrió, sino que México vende más a Estados Unidos de lo que compra de éste, haciendo incluso que legisladores estadounidenses hayan planteado la renegociación del acuerdo.

Sería, sin embargo, un error conformarse con los éxitos del TLCAN, o con su mejoramiento en aquellos aspectos que sí son perfectibles. El mundo ha cambiado mucho desde 1994 y Asia se vislumbra ya como el gran motor de la economía mundial en el siglo XXI. Un buen ejemplo de esa realidad es China, que en los últimos años ha reñido con México por ocupar el lugar de principal exportador hacia la gran potencia norteamericana.

De hecho ese es el gran desafío también para varios países de América Latina, que infructuosamente han intentado unir esfuerzos en torno a Brasil y Argentina para competir en bloque. El Mercosur, cabe recordarlo, es en términos de interconexión insignificante en comparación con la Unión Europea y los intereses no siempre son compartidos. Hay tanta distancia entre Colombia y Venezuela —ideológicamente y en su modelo económico— como entre China y Estados Unidos.

En cambio, México, Chile, Perú, Australia, Brunéi, Japón, Canadá, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur, Vietnam y Estados Unidos tienen tanto un modelo económico y político similar, abierto, como una coincidencia geográfica propicia para el comercio, la unión a través del Océano Pacífico.

A ello se debe la concreción, ayer, del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) entre esos 12 países, tras años de negociaciones. Juntos representan 40% de la economía mundial, 30% de las exportaciones globales y 25% de las importaciones. Y abarcan a 800 millones de consumidores, el doble que la Unión Europea.

El acuerdo no sólo crea la mayor zona económica del mundo, sino que logra el objetivo de aumentar la influencia de Estados Unidos en Asia y contrarrestar así el peso de China. El discurso de Barack Obama lo refleja: “No podemos dejar que China escriba las reglas de la economía mundial”. Estamos hablando del país donde viven cerca de 12 millones de personas de origen mexicano. A estas alturas ya no se puede apostar en contra de un vecino en el cual se concentran tantos intereses propios.

¿Es el TPP una garantía de prosperidad? No, como tampoco lo fue el TLCAN. Pero en este mundo interconectado el aislamiento no es alternativa. Sumar fuerzas es necesario.

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